Dejó atrás ya la calidez de los vastos mexicanos y sumerge en la primavera templada de sus dominios españoles con la misma naturalidad de quien pareciera no padecer contraste alguno por más que éstos fueran tan marcados. El mundo entero entre medias. En el motor de la ambición de Diego Ventura.

Le faltaba rugido a la tarde. El toro de Los Espartales, segundo del lote para el reencuentro con Fallas, se había ido apagando. Lo dejó Diego Ventura situado en los medios, tomó el par de banderillas, le retiró la cabezada a Dólar y se cuadró a dos metros escasos del astado. Ahí lanzó al aire la moneda del ser o no ser.

Realmente, Diego Ventura apenas se ha bajado de sus caballos. Lo hizo en Autlán de los que en México quedaron para subirse apenas unas horas después a los que en La Puebla quedaron, gozando primero del merecido invierno y aguardando luego que llegara quien mejor les entiende. De ahí, a Olivenza para enlazar México con España…

No podía ser de otra manera: la temporada mexicana de Diego Ventura tenía que terminar así. Clamorosa, deslumbrante, arrolladora, pletórica. Sólo podía ser así. La plaza de Autlán de la Grana, llena hasta las tejas. Un ambiente excepcional, de expectación incontenible. Dos toros de Fernando de la Mora exigentes…

Las grandes historias son aquéllas que se escriben a partir de excelsos capítulos. Lo fue la noche del 11 de noviembre en la México, la noche de Fantasma, y lo fue en San Miguel de Allende, la noche de Campito, un extraordinario toro de Fernando de la Mora. Un toro bravo con todos esos condimentos que permiten a un torero romperse con él…