De esos días que no se olvidan

02/03/2019
SAN MIGUEL DE ALLENDE
Oreja y dos orejas con fuerte petición de rabo
De la Mora y Fernando de la Mora
Las grandes historias son aquéllas que se escriben a partir de excelsos capítulos. Lo fue la noche del 11 de noviembre en la México, la noche de Fantasma, y lo ha sido hoy en San Miguel de Allende, la noche de Campito, un extraordinario toro de Fernando de la Mora. Un toro bravo en toda la extensión de la palabra –premiado con la vuelta al ruedo-, un toro con todos esos condimentos que permiten a un torero romperse con él hasta emocionarse. Así lo ha hecho Diego Ventura, que, más que cuajar, ha gozado a su compañero de obra. De principio a fin. Desde el toreo tan despacio y tan mecido con Joselito de salida, hasta el embroque último de entrega derrochante con Prestigio, el corolario de una composición que hizo de la plaza un manicomio de felicidad. Entre medias, otra locura con Bronce. La perfección hecha toreo a caballo. El toreo con mayúsculas: abarcado de frente, con los pechos; asumido como quien abraza, ralentizado el tiempo en el que se encuentran la bravura más generosa con la clase derramada a chorros de Ventura y Bronce. La suerte empapada de pureza, de deslumbrante pureza. La cabalgadura asomándose suficiente al balcón de la verdad más cierta. Con Bronce, Diego se queda a vivir al abismo de lo imposible, se funde con el toro, lo hipnotiza, lo conquista. Sencillamente cumbre cada banderilla: desde el cite tomado tan en corto hasta su remate tan en la cara. Luego fue el turno de Gitano, que irrumpió como un relámpago sorprendente, como un pellizco emocionante, como una emoción inolvidable. Con el toro enclavado en los medios, citó el jinete de lejos para irse luego muy de frente, batir haciendo de esa batida la mecha que prendía la arrancada del toro, que toreaba por entero también antes de clavar al violín. Extremadamente despacio todo. El fin de fiesta con Prestigio –las cortas, las levadas y el rejón de muerte- fue redondo también en su fondo y en sus formas, la rúbrica precisa para tamaña composición. Pidió el público con fuerza el rabo, aunque sólo concedió el palco las dos orejas. Era lo de menos en medio de tanta felicidad. La de la gente que encontró en una tarde de toros la emoción que fue a buscar, la del ganadero ante el caudal de bravura venido de su casa y la de Diego Ventura, que se va yendo de México dejando en su recuerdo otro excelso capítulo para su historia tan grande. Su primer toro de De la Mora no le dio opción alguna de lucimiento. Manso hasta la desesperación, se aferró a tablas y hubo de bregar con él y fajarse para imponerse y ganarle siempre la acción, en cada ocasión defensiva. Después de pararlo con Bombón, lo lidió en banderillas con Colombo y Oro, con el mérito de encelarlo y tirar de él toreando de costado por dentro aun a pesar del nulo celo del astado. Lo hizo posible por cuánto le llegó y porque no se excusó nunca en el tosco comportamiento del toro, al que trató siempre de buscarle las vueltas y ganarle la partida. La oreja con que se le premió fue de notable mérito.