Una continua cuesta arriba. Así fue la tarde para Diego Ventura en Tlaxcala. Una pendiente constante por la mansedumbre de su lote de toros de Tenexac, que se fueron a vivir...

Trató la mala fortuna que a veces viaja en el tino del momento final de robarle el triunfo y la puerta grande. Pero emergió el inconformismo de quien no se conforma con lo que dictan las circunstancia, la raza del rebelde con causa o sin ella, el amor propio del Genio jaleado por su genialidad y decidió regalar el sobrero de Llaguno…

Se hacía extraño no ver a Diego Ventura envuelto en el áurea del triunfo. Le venía pasando por distintos motivos en sus últimos compromisos mexicanos, una tendencia que quedó hoy rota en mil pedazos por el reencuentro más que feliz del rejoneador con la Monumental El Paseo-Fermín Rivera, donde volvió a triunfar.

Caía la noche sobre el Palacio del Arte de Morelia cuando Ventura se marchaba a pie de la plaza. Lo hacía con el coraje por dentro por el triunfo que se le había escapado, pero abrazado por una cerrada ovación del público, que le reconocía así la importancia de su actuación. Deslumbrante con el toro bueno e inteligente con el que lo fue menos.

Volvía Diego Ventura a la México con el eco encendido de toda la magia del 11 de noviembre grabado a fuego de ley en los anales de la memoria y de su emoción. Una tarde engrandecida aún más por ésta, que pone de manifiesto por qué lo extraordinario lo es. Lo que es único es único por cuanto tiene de milagro que se hace verdad.