Lo que dicte Ventura

17/02/2019
PACHUCA
Oreja, ovación y dos orejas
Bernaldo de Quirós y José Julián Llaguno
Trató la mala fortuna que a veces viaja en el tino del momento final de robarle el triunfo y la puerta grande. Pero emergió el inconformismo de quien no se conforma con lo que dictan las circunstancia, la raza del rebelde con causa o sin ella, el amor propio del Genio jaleado por su genialidad y decidió regalarle la lidia del sobrero de José Julián Llaguno al público de Pachuca, en correspondencia al cariño que éste le había brindado. Y no hubo entonces ya un solo resquicio para la pausa desde que se fuera a portagayola con la garrocha montando a Bombón, un gesto que resumía en sí mismo la decisión de Diego Ventura de irse en busca de su propia suerte y ponerla de su lado saliera como saliera. Fue un torbellino su actuación, un dechado de entrega, una espiral de pasiones que se entrelazaban con la cúspide, como no, de Bronce, con el que el jinete de La Puebla del Río firmó un tercio de banderillas portentoso, desafiando las leyes mismas de la física, ésas que ordenan los espacios entre los cuerpos. Cuando torea con Bronce, es Diego quien dicta las leyes y quien ordena los espacios y qué se hace con ellos. Con esta faena al sobrero de Llaguno, Ventura se sacó la espina de su propia rabia y calmó la hoguera interior de su inconformismo. E impuso su triunfo. A golpe de sinceridad y de entrega. Como si le fuera la vida en ello. Y triunfó. Porque, de verdad, siempre le va la vida en ello. Su primer toro tuvo nobleza y buen son. Fue pronto también, ingredientes todos ellos que se prestaron al toreo de Diego Ventura, siempre ligado, siempre reunido, siempre templado y siempre desenvuelto en terrenos que son, precisamente, del toro hasta que los invade y los domina el rejoneador. Lo hizo, por ejemplo, con Colombo, con el que toreó de costado con la virtud del pulso preciso para encelar y conducir y no permitir que el astado rozara siquiera la piel del caballo, con el que Ventura se mostró cómodo al desafiar, justamente eso, el vértigo de vivir tan al precipicio del lugar donde no cabe vuelta atrás. Una dimensión que creció luego con Bronce. Otra vez Bronce. El caballo que está siendo el eje de la campaña azteca de Diego, como lo fue también en gran medida de todo 2018 en España, Francia y Portugal. Su crecimiento es sideral, su presente, muy brillante y su futuro, indefinible a día de hoy. Como en San Luis ayer, Diego Ventura se desenvolvió más allá que despacio por el fino alambre de esos terrenos, prácticamente, entre los pitones del cárdeno de Quirós. Fue brutal la banderilla que clavó tras citar muy en corto –dos metros, quizá menos- con el caballo doblado de una mano, inclinado y sin espacio para reaccionar en caso de embestida del burel. Pero Bronce parece que hipnotizara a los toros no sólo con su capacidad, sino también con la mirada. Ventura se desplantó casi tocando con la frente la testuz de su oponente, clavó al violín, condujo de costado y prolongó los embroques un tiempo más para cumplir ese milagro que parece lo muy cerca que se pasa a los toros. Espectacular semejante exhibición premiada a su final con un apéndice. Con sólo una ovación hubo de conformarse tras la faena al segundo de su lote, del mismo hierro, al que pinchó con el rejón de muerte. Fue el borrón de una actuación de total entrega. Por su parte y por la del público. Pura fusión entre ambos con la conexión de una faena intensa, ya en el toreo por dentro con Oro, ya con la espectacularidad de Gitano. Con el primero, dejó pasadas entre el toro y las tablas caracterizadas por el compromiso del ajuste y por cuánto apretaba el burel hacia dentro. Con el segundo, por esa forma tan suya y tan única de clavar al violín tras batir muy al pitón contrario y, todo ello, arropado por los sones de El Hidalguense, el himno popular por excelencia de Pachuca. Le había puesto la rúbrica a todo con Prestigio, con las cortas y con sus levadas espectaculares, pero pinchó dos veces y hubo de tomar el descabello, lo que redujo la recompensa tangible. La ovación fue rotunda y sonora. Sincera. La propia de una afición rendida al magisterio venturista y que también aplaudió en el arrastre al buen ejemplar de Bernaldo de Quirós. Luego, ya saben, vino el regalo y el triunfo. Porque sólo podía ser así.