Y el palco no quiso

16/09/2022

ALBACETE
Silencio y oreja
Los Espartales

 

La decisión del palco presidencial de no concederle la segunda oreja que mayoritariamente le pidió la gente le cerró hoy la Puerta Grande de Albacete a Diego Ventura. La autoridad dijo no al sentir popular, que se entregó a la exhibición de magisterio del rejoneador de La Puebla del Río, que se sacó de la chistera de su genialidad la faena a un toro muy parado y escasamente colaborador. Le dio igual: Ventura le hizo faena y puso boca a bajo el Coso de Los Llanos. Como si se hubiera medido a un toro bueno. Pero éste no lo fue y pocas veces se dejó sacar del abrigo de su querencia. Pues ahí le dio fiesta, primero, con Velásquez, pisando del todo sus terrenos y, desde ahí, tirando de él tremendamente despacio para torearlo de costado, lo que remataba con piruetas al ralentí tras clavar de frente. Un milagro teniendo en cuenta el material que tenía frente a sí. Ese milagro dio paso a la locura que trasladó Diego con Bronce. Sublime todo. Siempre impresionante, que viene de impresión. No hay distancias para Bronce, no hay frontera y, ni mucho menos, límites. Bronce sobrepasa cualquier más allá para demostrar lo infinito de su valor, de su sentido del temple y de su corazón torero. Mantuvo Ventura arriba del todo el diapasón de la emoción de la gente con Guadiana y recetó un rejón fulminante, pero lo que parecía evidente para todos, no lo fue para la presidenta, que se quedó con la segunda oreja y con la sonora bronca de la gente.

Falló, en cambio, con los aceros Diego en su primero, otro toro de contadas prestaciones, al que le robó embestidas inesperadas con el mago Nazarí, que, sin prisas, le fue ganando poco a poco la voluntad al ejemplar de Los Espartales para encelarlo muy cosido al estribo del torero. Esperaba el toro y entre los pitones se metió el jinete para llegar a clavar, lo que hizo de cada entrada un desafío. Un argumento que se repitió después con Lío, con el que Diego Ventura citó de parte a parte de la plaza para galopar generando la expectación de la gente, frenarse en seco a dos metros del toro, siempre parado y esperando, quebrar y clavar con una precisión en la que, de expuesta, no cabe imprecisión alguna. Erró con el rejón, incluso, tuvo que descabellar y por ahí se quedó sin recompensa.