Y ahora, también califa

27/05/2018
CÓRDOBA
Oreja y dos orejas
Fermín Bohórquez
Emperador en Arles, rey en Madrid y, ahora, califa en Córdoba. Diego Ventura sigue ampliando su linaje de títulos. Ésos que le destacan como conquistador de cada plaza por la que pasa. Pero no sólo desde el punto de vista cuantitativo –de lo material-, sino, sobre todo, del cualitativo –de lo espiritual-. Porque en el lenguaje del arte, uno es emperador, rey o califa cuando conquista el corazón y la emoción del público ante el que se muestra. Y le convence. Y le cautiva. Y le enamora. De esto se tratan estos títulos que Ventura ya luce en su palmarés de una temporada que, en aras a la que es, ha iniciado en tono muy mayor. Como lo fue su faena al quinto de la tarde, segundo de su lote, el día de su regreso a la Feria de la Salud de Córdoba. Un buen toro de Fermín Bohórquez, Marino-113 de nombre, que reunió algunas de las virtudes que caracterizan a su encaste murube. Sobre todo, el ritmo acompasado y constante, pero también la nobleza, la fijeza y la prontitud. Y de semejante material, sólo podía surgir otra gran obra en las manos de Diego, orfebre de tanto toreo mayúsculo, ahora y siempre. Y empezó haciéndolo allí cuando aún no se sabe qué te ha deparado la suerte. Ante esa boca de incertidumbres que es la puerta de chiqueros, adonde se fue el sevillano montando a Lambrusco para recibir y recoger garrocha en mano al toro. Al modo antiguo traído a estos tiempos nuevos que Diego Ventura se empeña en llenar de esencia de la de siempre. Para que nada se pierda de lo que nada debe perderse porque forma parte del tesoro del legado del tiempo y de las enseñanzas de quienes le han precedido en éstos y antes de estos veinte años de camino entre los mejores que en 2018 conmemora. Le costó al toro de Bohórquez quedarse en la garrocha, pero Diego logró que se quedara. Y se envolvió con él en una espiral de pulso milimétrico, de balanza bien calibrada sobre cuyos platillos se ponían, a un tiempo, la bravura y el magisterio, el empuje y el mando, la fiereza y el poder inmenso de la inteligencia. Tras ese salud, clavó un rejón de castigo antes de abrir el tercio de banderillas con Universo, con el que sobresalió en el toreo de costado, a compás también, y por los adentros y la ejecución de las banderillas batiendo en la misma cara del burel. Ese desafío fue a más con Importante en la plaza. Subió de nivel la faena de Ventura montando al hijo de Nazarí con el que llegó y batió con esa verdad que es precisa para, como sucedió, meterse al toro bajo el estribo y clavar con la exactitud que dicen los cánones. Precisión y exactitud que se fundieron además en valor del cierto en cada una de las piruetas con que el jinete de La Puebla salió de las suertes con los pitones rozado las manos de Importante. No era adorno aquello, sino toreo en su totalidad. Además del nivel, se disparó también en este punto el nivel de la conexión con el tendido, que se terminó de derramar con el par a dos manos sin cabezada a lomos de Dólar. Pura doma, puro prodigio, pura fantasía. No dio tiempo Diego Ventura entre el pinchazo primero y el rejonazo que le siguió, tan decisivo, tan determinante con Remate. Cayó el toro sin remisión, a la par que Córdoba ponía en manos del rejoneador cigarrero la condición de califa de su corazón. Todo fue mérito de Diego Ventura en la faena al primero, un toro de Fermín Bohórquez que se apagó enseguida, lo que ya se presintió de salida, en los primeros encuentros con Guadalquivir. Hubo torería y un alto sentido del pulso en la manera en que el jinete retuvo a su oponente sobre los cuartos traseros del caballo, en una losa de terreno, para girar en torno a él y meterlo en la pelea. Dejó un solo rejón de castigo antes de sacar a Nazarí, ya en banderillas, tercio que Ventura comenzó recogiendo por entero la arrancada, entonces sí, encendida del murube para hacerse con ella, dominar sus distintos tiempos y velocidades y completar una vuelta al anillo de Los Califas con el burel imantado a su mando y a su autoridad. Fue ahí, en ese pulso ganado por la cabalgadura, donde el toro claudicó y se paró para ya no comparecer más hasta el final. Y hubo de llegarle mucho Diego en cada embroque con el propio Nazarí y también después con Lío, con el que protagonizó una banderilla soberbia, al quiebro, provocando, batiendo, clavando y saliendo de la suerte casi en el mismo movimiento y, desde luego sí, en el mismo espacio. Soberbio Diego Ventura, como le reconoció Córdoba con su reacción. Lo intentó por segunda vez y, tras citar a toro parado y muy en corto, se echó literalmente el torero encima del cuatreño para clavar porque, ni encimándole, se dio éste por aludido. El carrusel de cortas al violín con Remate fue un prodigio de precisión al clavar, volcándose el cigarrero sobre el morrillo del ejemplar de Bohórquez, del todo parado ya. Pinchó en primera instancia para luego recetar un rejón de muerte entero y fulminante que coronaba su dominio y su ambición. Como es propio de emperadores, reyes y califas.