El mejor regalo a 25 años de magia

12/09/2023

NAVALCARNERO
Dos orejas y rabo y dos orejas y rabo
El Capea

 

A sólo unas horas, en las mismas vísperas del día de sus bodas de plata como rejoneador de alternativa, Diego Ventura, que no se cansa de honrar su propia historia, su propio camino, se dio y regaló hoy un festín de toreo a caballo en Navalcarnero y completó un apoteósico pleno cortando cuatro orejas y dos rabos. Un resultado material que empata con lo que sucedió en el ruedo del coso madrileño, donde el cigarrero desplegó a lo grande su inmenso arsenal de toreo. Sublime y deslumbrante toda la tarde, con una suficiencia y una capacidad apabullantes, como si quisiera resumir en una sola corrida la esencia de ese espíritu inconformista y de superación de sí mismo que le ha forjado a lo largo de estos veinticinco años.

Se midió a un buen lote de toros de El Capea, ambos con un son de dulce, tan propio de la casa, que exprimió y gozó sin dejarse nada dentro. Un deleite, la conjunción total, la pureza como condición sine quanon. Tuvo transmisión su primero y lo aprovechó tanto en el toreo de costado, pulseando su embestida a sólo milímetros, como sosteniéndola después para detenerla y retenerla, para prolongarla y recrearse en ella y en el son templado del murube. Cada embroque fue como una caricia que, hasta llegar a ella, Ventura lucía y revestía en cada cite haciendo las delicias del público, en absoluta conexión con el tendido. El par a dos manos del final fue el corolario más acorde con la armonía general del conjunto.

Lejos de contentarse con los máximos trofeos de ese toro, Diego salió decidido a por el mismo botín en el segundo de su par, cuya lidia brindó a Martín Burgos y Martín Porras, recientemente retirados del rejoneo. Con las fuerzas justas, pero también con ese son pausado y medido que tanto se disfruta aun en la dificultad, justamente, de no violentarlo, sino de mejorarlo. Otra vez de costado, por dentro, lo condujo con ese mismo pulso para que la distancia entre la cabalgadura y el toro no excediera de milímetros. La misma distancia en la que ejecutó cada banderilla metiéndose al burel bajo los pechos de los caballos al clavar de frente. El derroche final vino con el toreo sobre las piernas, sin cabezada y, otra vez, retenido sobre el alambre de los espacios inexistentes. Una locura que Navalcarnero vivió como tal y que se resumió en otras dos orejas y rabo. El regalo de Diego Ventura a su propia trayectoria veinticinco años después.