Ventura se alza con el Rejón de Oro en Mejanes

17/07/2021

MEJANES
Dos orejas y rabo
Luis Terrón

 

Y tras la calma, vino la tempestad. Tras la pausa obligada de un año entero, esta bendita explosión de magisterio, capacidad y felicidad que está siendo 2021. Una bomba de relojería que explota en forma de fuegos artificiales y que, como fuegos artificiales, deslumbra, sorprende, impacta, estremece y emociona. Esto está siendo el toreo de Diego Ventura, pura tempestad desatada, tras la calma porque no hubo remedio: una bomba de relojería que explota en las mil y una luces de los fuegos artificiales. Y una locura también. Esa bendita locura por la que todo merece la pena. Hasta la calma obligada e invertida en pensar, en reflexionar, en investigar, en bucear en el alma propia y el de los animales -sus cómplices imprescindibles- por dónde más, cómo mejor. Tardes como la de hoy en Mejanes culminan esa búsqueda del horizonte sin límites.

Lo de Diego Ventura en Mejanes ha sido… ¿Cómo definirlo? ¿Qué calificativos ponerle? ¿Cómo describirlo? Tan perfecto todo… Tan exacto, tan soñado tantas veces… Ese recibo a portagayola con Guadalquivir, tan de frente y tan de verdad, tan en la rectitud de la suerte en sus cánones de máxima pureza, tan preciso, tan especial… Y luego Nazarí. Siempre Nazarí, único e irrepetible. Su don del temple para imantar al toro a su mando de seda y acariciarlo, marcando el compás del tiempo, ralentizándolo para, sin pensarlo ni preverlo, solo sintiéndolo, cambiarle los terrenos a un suspiro de las tablas, con los pechos por delante, por dentro, muy por dentro y dinamitar la plaza y sus corazones como dinamitan el cielo los fuegos artificiales. Siguió Ventura haciendo lo que le dio la gana con Nazarí ante un extraordinario toro de Luis Terrón, con un ritmo y un compás soñados, que se enganchaba entregado en los vuelos del mando del caballo sin una sola protesta. Esa vuelta prácticamente completa al anillo de la plaza fue de una belleza tan grande…

Pero aún quedaba la traca final: Lío. Sin duda, uno de los caballos de este primer tramo de la temporada. Nada nuevo, pero aún mejor que nunca. El primer quiebro provocado en los medios después de citar desde la larga distancia. El segundo, también planteado en largo para dejarse venir al toro mientras le perdía pasos y clavar donde ya solo quedaba el terreno justo para hacer lo que hicieron Diego y Lío. Y el tercero: a caballo y toro parado, en corto, muy en corto, con el toro yéndose en la rectitud hambriento de embroque para, en la misma rectitud, quebrar Ventura y salir triunfal, heroico, inmenso… Cumbre.

Como fue cumbre también lo que hizo después con Bronce, ese caballo tocado por las hadas de lo milagroso. Un torero inmerso en el alma de un caballo. O un caballo que solo puede ser torero. Nada más y nada menos que torero. Bronce es lo imposible repetido a diario, pero que no por eso deja de ser imposible. Más bien todo lo contrario: cuanto más se contempla a Ventura y Bronce, más imposible parece lo que hacen. Y Mejanes lo ha visto hoy. El fin de fiesta fue con Guadiana, una de las grandes irrupciones de este 2021 de tempestad desatada tras la calma obligada. El colofón. El remate. La cuadratura del círculo.

No son solo las dos orejas y el rabo. Ni siquiera el Rejón de Oro conquistado de nuevo. Ha sido, sobre todo, esa sensación de obra maestra, esa comunión sin igual que propicia el toreo con el pueblo que lo celebra, esa plenitud iluminadora de Diego Ventura, cada vez más y cada vez mejor. Son esos fuegos artificiales que deslumbran, sorprenden, impactan, estremecen y emocionan.