Broche de oro a un año inolvidable

15/10/2017
JAÉN
Dos orejas y oreja
Ángel Sánchez y Sánchez
Es difícil superar lo que parece insuperable. Muy difícil. Más aún, cuando se hace costumbre de ello. Se van cumpliendo las temporadas y todas terminan con la misma conclusión: ha sido la mejor de todas, la que marca el techo, la cumbre. Una conclusión que dura lo que tarda en empezar la siguiente y en irse sumando retos que sobrepasan en su valor lo ya conocido. Y así, un año tras otro. Haciendo tónica de lo excepcional, dejando atrás esa frontera que parecía marcar lo máximo, el tope, lo insuperable. Pero es que ha vuelto a suceder: Diego Ventura ha sido aún mejor este año que Diego Ventura. En su campaña finalizada hoy en Jaén no ha habido altibajos. Ha sido una sinfonía sostenida en todo momento. Si acaso, sólo varió su tono para marcar los tonos más altos. Ahí están, como ejemplos, las tardes de Madrid o la de Murcia. Una muestra sólo entre tantas más. Y es que no sólo llama la atención el nivel de Ventura un año más. Ni siquiera, que lo haya sostenido con tamaña armonía durante todo el tiempo, sino también cómo lo termina. A qué altura, con cuánta plenitud, con tamaña frescura, con semejante ambición. La tarde de Jaén, la última corrida de la temporada, es una buena muestra constatación de todo lo expuesto aquí. Ha sido una tarde, eso, de plenitud. De exhibición. De derrochar un momento luminoso como pocos. Pletórico. Soberbio. Grandioso. No cabe más emoción ni emotividad que en la faena al primer toro de la tarde, de Ángel Sánchez, Veleto de nombre. Un toro bravo y exigente. Incansable en su manera de embestir. Ni una tregua dio, ni un respiro, a lo que respondió Diego Ventura con una faena total desde el recibo con Lambrusco y esa forma de parar tal cauce de energía sobre la grupa, en el terreno preciso, como en una espiral. Se doblaba el caballo y lo hacía el toro tras de él sin cesar nunca, encendido con verdad. Acompasó Diego tamaño caudal de bravura e ímpetu con el temple prodigioso de Nazarí en un pulso hermoso por su sinceridad en la entrega de todos los protagonistas. No cabía el menor error en cuanto se le hiciera al astado y no lo hubo en la lidia de Ventura con Nazarí, que es el dueño del torear perfecto. Con Lío firmó el jinete de La Puebla del Río varios pasajes de una verdad de vértigo al clavar al quiebro, en quiebros que duraban un mundo por cuánto cargó la suerte, por cuánto se dejó llegar al toro y, en consecuencia, por todo el riesgo que asumió el torero, que puso en pie los tendidos de Jaén. Así los mantuvo con Remate en el carrusel de cortas para luego recetar un rejonazo entero que le valió la dos orejas. Once minutos de faena. Once minutos sin respiro para nadie. Once minutos de entrega total, de plena sinceridad y de sincera plenitud. Un torbellino de toro y de emociones sólo al alcance de quien mantiene las reservas de la ambición como si el año estuviera comenzando. Si el doble premio obtuvo el rejoneador en su primero, hasta el rabo mereció hacer suyo ante el cuarto. Otro toro bravo y exigente, aunque con la complicación de que se ponía a veces por delante y cortaba el viaje. Después de brindarlo a todo su equipo -incluidos los mozos de cuadra-, lo paró con Guadalquivir, con quien la clave fue que Diego impusiera ya desde ahí el mando que cambió el tono de la faena. Un mando que se hizo patente a extremos de máxima brillantez con Roneo, al torear de costado y al clavar a base de llegar tanto y de invadir de esa manera los terrenos naturales del toro. Como luego con Nazarí, otra vez Nazarí, siempre Nazarí. Más que invadiendo, conquistando esos mismos terrenos. Multiplicando hasta el infinito el valor del temple en el toreo, ese don que es don con mayúsculas. Qué espectáculo también su tierra a tierra, su manera de revestir de tanta luz hasta los cites como anuncio grande de las suertes hechas en su mayor grandeza. Qué homenaje el de Jaén en nombre de todos los púbicos que le vieron esta temporada al despedir a Nazarí con una ovación tan cerrada. Fue entonces el momento de Dólar, con el que, primero, clavó Ventura una banderilla de poder a poder, asomándose también al desafío de lo encastado del toro dándole los pechos. Y, a continuación, el par a dos manos desvestido el caballo de su cabezada. Confiado por entero él a lo que desde las piernas le mandaba el torero. Confiado el torero a lo que el corazón de Dólar es capaz de sentir a la par que siente el de Diego Ventura. El cite en corto, el cite sin espacio para la vuelta atrás y el encuentro en los medios para dejar otro par soberbio que terminó de rendir a Jaén. El público de toros, feliz de serlo. Tras el carrusel de cortas al violín, pinchó dos veces Diego antes de un rejón entero y, aún así, hubo de descabellar. Ahí se redujo su premio, que no la consideración y la entrega de la afición a su dimensión. No sólo intacta por mucho octubre que sea, sino a más. Sólo así es posible es posible superar lo que ya parecía insuperable. Una vez más…