Ventura nunca defrauda

22/08/2021

CUENCA
Dos orejas y oreja
Luis Terrón

 

Da igual que se den o no las condiciones adecuadas que allanan el camino a los triunfos. Da igual si los toros se prestan al baile. O si llueve. O si hace calor. O si es la primera plaza del mundo o cualquier otra donde la categoría no sea determinante. O si son los inicios de la temporada, agosto u octubre, cuando, por lo común, los toreros van replegando alas camino del merecido descanso. Cuando se trata de Diego Ventura, ni los condicionantes lo son, ni lo son las limitaciones, ni cabe excusa alguna que sirva para taparse. Nada de eso es determinante porque a Diego le alimenta su afán de triunfo, su ilusión inagotable por responder a la expectativa del público, de su gente, su cuadra que pareciera no tener superación hasta que él mismo la supera, y, desde luego, su magisterio insondable, actual y siempre renovado. Como ejemplo, Cuenca hoy porque no tuvo el cigarrero en sus manos la mejor materia prima. Da igual porque él se la creó construyendo dos faenas que colmaron esa expectativa de los aficionados que acudieron a su llamada esperando lo mejor.

Sus dos oponentes tuvieron la merma de la falta de celo, de entrega, de ambición por embestir a las monturas. Distraídos de salida, nunca se calentaron. Esperaron escondidos tras la muralla de su mansedumbre y ni siquiera se enfadaron porque Diego invadiera una y otra vez sus espacios en busca de esa reacción. Con todo, le cortó las dos orejas al primero de sus toros de Terrón, al que le hizo faena en banderillas exclusivamente con Velásquez, poniendo todo lo que al astado le faltaba, probando y pisando todos los tercios para hacerle olvidar al toro su querencia, revistiendo cada suerte de emotividad en sus planteamientos, ya fuera en los cites, ya en la manera de llegar a los embroques. No esquivó riesgo alguno en esos encuentros. Se metió por dentro y dominó por fuera. Y, aun sin respuesta alguna del burel, no se permitió un solo segundo de tiempo muerto en su composición, de tiempo que pareciera de prueba o intrascendente o de duda. Nada de eso, dotó al conjunto de un argumento sólido y metió a la plaza en él. Tras las cortas al violín, cobró un rejón entero con Remate muy certero, de ahí que le concedieran las dos orejas.

Incluso el rabo podría haber obtenido en el quinto, un toro de similar comportamiento y que nunca ayudó. Dio igual. Ventura se montó en él y le hizo cosas que parecieran imposibles ante semejante contrincante. Desde el recibo a portagayola con Campina hasta el carrusel de rosas con Remate en el último tercio. Y enmedio, un prodigio de temple y de valor callado con Nazarí al clavar y para torear de costado, para lo que era fundamental coserse muy en corto la acometida del toro y no permitir que se aburriera. Y un despliegue de valor también para jugársela con Lío en cada quiebro aun a sabiendas de que no iba a encontrar la colaboración precisa, sino pura incertidumbre. Y un derroche de más valor todavía con Bronce, para meterse entre los pitones, desafiar y quedarse a vivir en ese desafío. Nada se dejó dentro Diego Ventura, a quien solo se le hizo cuesta arriba la hora clave. Pinchó en varias ocasiones porque el ejemplar de Terrón se ponía por delante de Remate, muy por delante, se tapaba y hacía imposible matarlo por arriba, por lo que cada pinchazo fue, poco más o menos, que una moneda lanzada al aire porque muy pocas opciones de seguridad tuvo el rejoneador en cada intento. Sí estuvo certero, en cambio, con el descabello: implacable y torero. La faena fue de rabo y se quedó en una oreja, pero, a estas alturas, poco cuenta lo material frente a la certeza de que Diego Ventura nunca defrauda.