Ventura gana su apuesta con toros de Partido de Resina

15/09/2018
VILLACARRILLO
Ovación y dos orejas
Partido de Resina
Asumió hoy Diego Ventura otro gesto mayor propio de figura del toreo que no se conforma con su posición de privilegio, sino que hace precisamente de ella un estímulo en la búsqueda de nuevos retos. Muchas veces –como hoy- más dirigidos al público al que el torero que se debe que a sí mismo. Ya va siendo costumbre que Diego se anuncie, no sólo con ganaderías de encastes diferentes a los habituales en estos tiempos del rejoneo, sino con algunas de éstas consideradas duras. Hierros históricos de espacio reducido, pero cuyo solo anuncio ya lleva implícito un marchamo de seriedad que pone en guardia a los aficionados. Hoy pasó en Villacarrillo, donde la prueba resultó ciertamente compleja, difícil, dura por el juego áspero y manso de los toros de Partido de Resina, que acusaron demasiado el efecto del encierro de la mañana. Con todo, no volvió nunca la cara Ventura a esos problemas, sino que, todo lo contrario, hizo de su tarde un manual de soluciones basadas en el cajón sin fondo de sus recursos técnicos y en una ambición sincera y sin medida por encima, incluso, del escenario. Tuvieron sus dos oponentes el denominador común de la falta de raza, que se acentuó y se afeó con lo dicho: lo aquerenciado en tablas, de las que apenas salían para defenderse, además, con brusquedad, vestigio del encierro matinal. Como quiera que ambos astados no perdieron nunca un ápice de fuerza, sus embates resultaron violentos y domeñarlos, un ejercicio de tensión y de pulso donde el jinete cimentó su triunfo. Que llegó en el segundo, al que el torero de La Puebla del Río le cortó la dos orejas tras una faena que tuvo su eje en el tercio de banderillas, sobre todo, con Lío y Quillas. Con el primero, apuró Diego Ventura los embroques hasta casi la temeridad porque el toro de Partido de Resina esperaba y luego no respondía con franqueza, por lo que cada quiebro fue un cara o cruz de una emotividad tremenda. Cada rehilete, un suspiro de clamor. Con Quillas, se metió literalmente bajo el estribo todo el caudal de aspereza del astado para clavar, otra vez, a cara o cruz, moneda al aire de apuesta pura que el hombre ganó sobre el animal, la inteligencia y el corazón por encima del instinto defensivo. Fue un derroche de ambición de Diego, un pulso en toda regla que coronó con Remate de un certero rejonazo, que le puso el doble premio en las manos. Una oreja pudo ya cortar del primero, otro toro de perfil similar al ya trazado. Tuvo que ser la faena en los terrenos de dentro, donde no tuvo reparo el rejoneador en asumir la pelea. Lidia sincera también, de asunción de riesgos, sobre todo, con Bronce, que toreó y dominó en esas cercanías que, definitivamente, le corresponden. Pinchó Ventura y perdió el premio material. De su parte quedaba el otro, el íntimo, el de los toreros que asumen retos y los ganan en reivindicación de su condición de figuras.