Una noche deliciosa

19/08/2022

EL ROCÍO
Oreja y dos orejas y rabo
La Galana y José Luis Pereda

 

Desde el ambiente previo a cuanto se fue viviendo conforme la corrida avanzó, la de El Rocío fue una noche deliciosa. Por el toreo convertido en una gran fiesta, con la predisposición de todos los protagonistas, desde los toreros hasta el último espectador, a que así lo fuera. Sin duda, por el escenario, El Rocío, adonde volvían los toros muchos años después. En pleno Rocío Chico, por tanto, en unos días de máxima ebullición en la aldea almonteña. Caldo de cultivo ideal para que todo fluyera como lo hizo. La plaza completamente llena y un acompañamiento musical dirigido por José León, tan al uso del espectáculo propuesto, puso todo lo demás.

Estaba feliz Diego Ventura y se le notó en cómo y cuánto disfrutó de la noche, coronada con tres orejas y un rabo. Aunque, una vez más, por encima de la cuantitativo, lo cualitativo, lo expuesto, su actitud, los caballos que utilizó, ese sacarle punta a cada matiz de la noche para hacerla más bonita para la gente. Por ejemplo, en su segundo toro, con el hierro de José Luis Pereda, al que vio opciones de cuajarlo con la muleta y, a mitad de faena en banderillas, echó pie a tierra y lo toreó en varias tandas, sobre todo al natural, con algún muletazo marca de la casa. Antes de eso, lo paró con Joselito sobre la grupa y en lo que mide una baldosa con una clase excepcional. Verónicas de manos muy bajas para dejar clavado el toro, fijado, y encelado, para corregirle esa tendencia a irse a tablas que, en general, tuvo la corrida. Un prodigio de doma y de toreo en la tierra donde de ambas cosas se entiende como si fuera una cátedra. Toreo del que lidia tuvo lo que hizo con Nazarí ya en el segundo tercio. Lidia para, por la condición del burel, meterse de lleno en su jurisdicción y tirar de él una y otra vez, con pulso medido, sin brusquedades, como convenciéndolo, hasta que lo consiguió y lo terminó conduciendo de costado, lo que, unos instantes antes, parecía improbable. El prodigio del temple que en Nazarí se hace mayúsculo. Con el toro ya más parado, sacó a Lío, lo dejó pegado a tablas y se fue al terreno de enfrente. Enmedio, toda la plaza para arrancarse como una exhalación, llegar a dos metros del de Pereda, quebrarlo y hacer que el quiebro fuera la misma provocación de su acometida, con el toro aún pegado a tablas y allí, hacer la suerte y salir de ella triunfante mientras la plaza estallaba. Por dos veces lo hizo, a cual más vibrante y emocionante. Fue entonces cuando tomó la muleta para luego regresar con Bronce y clavar sin cabezada y dejar la enésima exhibición de simbiosis y compenetración entre el hombre y el animal. El rejonazo con Guadiana fue de ésos que se echó de menos en algunas de las últimas corridas: inapelable. Como la concesión de los máximos trofeos, que Ventura paseó feliz.

A su primero, de La Galana, le cortó una oreja. Lo recibió y lo paró con suma clase también con Guadalquivir, que es clase suma en sí mismo. Construyó el grueso de la faena en banderillas con Fabuloso, con el que fue consiguiendo corregir del astado su tendencia a irse para hacer que se quedara y clavar al quiebro con una precisión impresionante en la ejecución de cada uno de los tiempos de la suerte. Y metiendo de lleno al público en ella por cuánto cargó la suerte y se pasó los pitones del toro por el pecho del caballo al quebrar y clavar. La plaza se puso boca abajo como luego también con Gitano al clavar al violín y al pitón contrario. Antes de terminar, hubo un par a dos manos de cortas con Guadiana de una ejecución y colocación impecables. Precisó del descabello, lo que quizá valoró el palco al no atender la petición de la segunda oreja que fue mucha. En ese momento de la noche, la gente ya se le había entregado a Diego Ventura.