Una gran fiesta del toreo

 
20/07/2019
MEJANES
Oreja, dos orejas y dos orejas
Diego Ventura
 
Ésta no puede ser una crónica al uso porque lo que resume tampoco ha sido una corrida de toros cualquiera. Lo vivido esta tarde en Mejanes ha sido un grandioso espectáculo de rejoneo, una sucesión de momentos para el recuerdo que ha emocionado al público presente, e incluso, a los toreros actuantes. Básicamente, Diego Ventura presentaba al futuro inmediato del toreo a caballo, de alguna manera, a sus alumnos, un póker de rejoneadores que se han formado estos años a su lado, recibiendo sus consejos, su asesoramiento, sus nociones y su primer impulso. Y Francia, que siempre suele ir un paso por delante en todas las cosas del toreo, advirtió que era el momento de que el maestro, aún en plena sazón y joven todavía, fuera acuñando otra más de sus aportaciones a su arte y a su vida. Y de su mano se trajo hoy a Juan Manuel Munera y a Paco Velásquez y a Antonio Prates y a Duarte Fernandes. Cada uno de ellos, en un momento profesional diferente. Cada uno de ellos con un valor por el que apostar y que cultivar y que el Genio ya ha vislumbrado. Y les ha echado a pelear en pos del Rejón de Oro de Mejanes, que hoy era el premio. No optaba a él Diego, claro, que ha obrado siempre como maestro de ceremonias. Y antes que nada, eso, como maestro. Porque puro magisterio derramó en el conjunto del par de faenas a sus dos toros, por cierto, de su propia ganadería, que hoy Ventura debutó en Francia como criador de bravo. Más parado y reservón le salió el primero, con el que, sobre todo, dejó un tercio de banderillas sublime de capacidad y magia con Nazarí. Porque magia es sacar de donde parece que no hay. Bravo, enclasado y moviéndose el segundo, al que cuajó de principio a fin con un tramo de muchos quilates a lomos de Sueño, que otra vez se creció en una cita grande, como es su costumbre, como hacen los más grandes. Una oreja le cortó al primero y las dos a este segundo. Y después de no parar de asesorar y de acompañar con consejos a cada uno de sus compañeros de cartel, pidió el sobrero para coronar un fin de fiesta inolvidable. Ayudó a ello el toro, extraordinario. Y entonces llegó la sorpresa cuando el cigarrero invitó compartir faena con él a su padre, Joao Antonio Ventura, y a Rui Fernandes, que seguían de paisano la corrida desde el callejón. No lo dudaron y aceptaron el envite para dejar un pasaje de sincera y bonita emotividad. La que provocó ver al padre del hijo derrochando la raza de la que es fuente, compitiendo como si fuera un joven más en el cartel, defendiendo su plaza y su rango, su tiempo y su legado montando a Bronce, el cómplice ideal. Fue genial lo hecho por Antonio Ventura, emocionante de verdad. Un guiño precioso a aquellos años atrás donde todo eran tan distinto, tan duro, tan incierto. Porque la vida no se queda con nada de nadie, hoy le concedió el gozo de disfrutar de verdad en una plaza de toros sintiéndose grande. Con él empezó todo y hoy, en este trocito de tiempo que se juntó en Mejanes, con su pasado, su presente y su futuro, tenía que ser también su día. Y lo fue. Le brillaban los ojos al hijo viendo al padre. Admiración pura. Pura gratitud. No se quedó atrás Rui, que aportó esa clase tan suya, pero salpicada también del arreón de quien no quería ser sólo un invitado. Quedaba aún el regalo final. Tomó Diego Ventura la muleta y la espada y le enjaretó al toro un puñado de pinceladas al ralentí, el mentón clavado en el pecho, el pecho puesto por delante y la figura derramando naturalidad, que hicieron crujir la Plaza de Toros de Mejanes. Y todavía más: montó la espada, se perfiló y cobró un estoconazo hasta la bola como si lo hiciera todos los días… Fue el colofón a una tarde perfecta, en cuyo guión pensó Juan Bautista, su alma mater, cuando la ideó, sin sospechar siquiera que la realidad superara con tanto los mejores deseos. Recorrían todos los toreros –el de ayer, los de hoy y los de mañana- a pie el ruedo recogiendo la última sincera ovación de la afición de este rincón de la Camarga, con la felicidad compartida en la expresión de cada uno de ellos, plenos por lo hecho y por lo vivido. Era el mejor resumen de cuanto había pasado. Una tarde de rejoneo para la memoria, para saborearla sin parar por más que pase el tiempo. El mismo que hoy se dio cita en el ruedo de Mejanes como si fuera la esfera del reloj de varias épocas juntas. Una belleza. Una gran fiesta del toreo.