Pura cátedra
BAYONA
Aún con el eco encendido de la inolvidable tarde de hace una semana en Mejanes, volvía hoy Diego Ventura a Francia para seguir enamorándola. Francia es escenario propicia para algunas de las últimas grandes obras de Diego Ventura. No hay que mirar demasiado atrás. Hoy sucedió de nuevo, en Bayona, en una tarde de esplendor del jinete cigarrero, empeñado en superar su propio horizonte. Fue una tarde de magisterio luminoso ante dos toros –el primero, de Laget y el segundo, de Hermanos Jalabert- muy diferentes en su comportamiento. Se movió encastado el primero y se agarró demasiado pronto al piso de la querencia su segundo. Dio igual: los cuajó de la misma manera.
Fue un disfrute su composición ante el ejemplar de Laget, bravo y emotivo en sus evoluciones. Por eso fueron tan brillantes las banderillas clavadas en los medios con Lío, al quiebro, después de citar desde muy lejos, dejarse ver y batir donde los pitones del toro radiografían los pechos del caballo para clavar en un movimiento exacto de precisión. Y resultó apasionante el desafío de cada trance, de cada lance, de cada embroque con Bronce, metiéndose Diego a su oponente bajo el estribo para, allí, soltar de las riendas al caballo y dejar que éste toreara solo, a golpes de corazón. Imposible torear tan cerca, más cerca. Remate pareció detenerse en el centro de las suertes para clavar las cortas. Recetó Ventura un certero rejón de muerte y se alzó con su primer trofeo.
Dos más logró del muy parado quinto, el hilo de las tablas siempre, esperando y renuente. Hasta que salió Nazarí y obró el milagro de tantas veces. La magia de hacer posible lo que no parece poder llegar a serlo. Y con ese imán que tiene por corazón, se lo cosió al estribo y lo condujo de costado con precisión impecable y una inmensa torería. Pero como a Diego le gusta vivir sobre la cuerda floja de lo extraordinario, rizó el rizo con Fino al clavar muy en corto, dejándose venir al burel en su terreno y a favor de querencia para, sin espacio ya, salir hacia adelante y quebrar sin avanzar para poner la plaza a sus pies. Otra vez impecable con el rejón de muerte, se hizo con las dos orejas que remataron una tarde de cátedra.