Pura apoteosis

06/08/2023
6/8/2023
HUELVA
Dos orejas y dos orejas y rabo
Fermín Bohórquez

 

Cuando Diego Ventura cruzaba solemne el ruedo de La Merced a lomos de Joselito para emplazarse poco más allá de los medios después de casi dos horas de una corrida a la que aún le quedaba la otra mitad, pocos advirtieron para sí lo que podía pasar. Pero bastó que el toro de Bohórquez saliera de los chiqueros como un obús lanzado de lleno hacia la cabalgadura que, impertérrita, le esperaba y que ésta -Ventura y Joselito, su caballo- sortearan semejante cañonazo, no para esquivarlo, sino para absorber toda la embestida y clavar como en un milagro, para que toda la plaza, ahora sí y al unísono, reaccionara y pusiera su alma en guardia ante la certera impresión de que aquello, ese comienzo, no era normal. Y no lo fue. Ni el comienzo ni la manera en que el genio de La Puebla del Río paró sobre los cuartos traseros al ejemplar de Bohórquez con dos golpes de grupa sencillamente soberbios que le dejaron fijado y sometido al poder del toreo. Aquello acababa de empezar y Huelva se frotaba los ojos ante lo que acababa de ver: un prodigio de capacidad lidiadora a caballo, un dechado de maestría, una lección de sabiduría. Fue el prólogo de una de las grandes obras de Diego Ventura en la temporada de su veinticinco aniversario, sin duda, su mejor faena en Huelva. La obertura de una composición excelsa, pura apoteosis. Porque eso fue, excelsa y apoteósica, su forma de torear tan enclasadamente templado con Nómada y las piruetas de salida, pura coreografía. Y los dos quiebros con Lío, dejándose venir al toro en el primero hasta el no va más y citando muy en corto el segundo para hacer la suerte entera en lo que duró el uy del público al tiempo que se frotaba los ojos y se preguntaba si aquello había sido verdad. En lo que la gente se respondía, sacó a Bronce, le quitó la cabezada y llevó la faena a su cima a base de meterse literalmente en la mirada del murube y protagonizar un espectacular derroche de suficiencia y valor. Sin tiempo ni para respirar, recurrió a Guadiana, se gastó un carrusel de cortas al violín de una ligazón impecable y recetó un rejón fulminante que, inevitablemente, certificaba su primer rabo en La Merced y la mejor obra de su vida en esta plaza, una de en las que más se ha prodigado en este cuarto de siglo. Dio la vuelta al ruedo con el ganadero, pero semejante genialidad había sido por obra y gracia eso, de su genialidad.

Ya le había cortado las dos orejas al primero de su lote, que fue un toro con nobleza, pero poco más. Todo lo demás lo puso Ventura, que encandiló con Fabuloso, que deleitó con Nivaldo y que dejó un par a dos manos con Guadiana de una perfección y de una reunión inmaculadas. Derribó en segundos con el rejón definitivo y se aseguró, como tantas veces antes, la Puerta Grande de La Merced. Hasta aquí, todo normal. Lo extraordinariamente mágico, vino después. Una pura apoteosis.