Por la vía de la pasión

03/11/2019
MÉXICO DF
Ovación, ovación y oreja
Fernando de la Mora, Marrón y San Isidro
 
No podía irse con las manos vacías. No valía justificarse en la materia prima que le faltó con su lote de toros. Le ardía por dentro su raza de figura como un volcán en erupción. Le quemaba. Pero sucede que Diego Ventura no es de apagar la candela con agua, sino de echar más leña al fuego. Y prendió sin remisión alguna las llamas de la noche en una actuación que retrotrajo a aquel joven de La Puebla del Río que lo tenía todo por conseguir y que se desmadejaba en cada tarde de toros por reivindicar cuanto quería ser. Ahora que ya lo es, como entonces, se dio todo hoy en la México hasta el punto de jugarse el físico de verdad en ese último estertor del ejemplar de San Isidro, que, ya herido, le empujó contra las tablas y deseó llevárselo por delante como alma que se lleva el diablo. Había decidido lanzar la moneda al aire y ganar. Porque Ventura es lo de los que deciden ganar y ganan. Más, cuando había brindado la faena a Diego y a Jaime, sus hijos. La mecha prendió desde el recibo con Bombón a portagayola con la garrocha. Hizo amago el astado de no prestarse, pero el rejoneador lo convenció de lo contrario. Arreó el burel y le sostuvo el pulso el hombre porque era el momento en que la moneda caía del lado de la cara o del lado de la cruz. Ya en banderillas, firmó Diego un cambio de terrenos por dentro –muy por dentro- que fue una locura. Porque era una locura pensar que por aquel espacio cabía un hombre a caballo. Y cupo. Bendito loco. No regalaba nada el toro y se la jugó otra vez el jinete con Bronce minimizando las distancias, los terrenos y los tiempos al límite en que dejan de ser distancia, terreno y tiempo. No cabía ni un aliento entre los pitones punteando del toro y el estribo del rejoneador. Inmenso. Como lo fue también el par a dos manos con Dólar sin cabezada. En los medios y yendo muy de frente hasta provocar y abarcar la embestida entera del cuatreño desde los pechos y hasta la cola. El broche que quedaba solo podía ser igual de intenso, por lo que de nuevo arriesgó Diego Ventura en las cortas al violín con Prestigio, tan por dentro las dos últimas porque el toro ya se había quedado muy próximo a tablas. Se fue el torero detrás del rejón hasta que lo enterró entero, aunque precisó de un descabello, lo que no fue óbice para que el juez de plaza sacara su pañuelo blanco casi al tiempo que lo hizo la gente en multitud. El genio se había impuesto de nuevo por la vía de la pasión. Tuvo mucho que lidiar el primero de su lote, de nombre Bisnieto, de Fernando de la Mora. Fue un toro con pies y con motor desde su salida, al que Diego dejó clavado en un providencial recorte con la grupa de Joselito al primer contacto con el animal. Y ahí lo dejó ya fijado, metido en la canasta de su mando. Pero pronto cantó su instinto el astado y tornó su movilidad en violencia y brusquedad. Y reclamó papeles. Y mucha firmeza para ganarle el pulso. Lo hizo Ventura con una seguridad pasmosa con Bronce, con el que sorteó decenas de golpes secos al aire, cada uno a una velocidad distinta, buscando sorprender, cazar. Sabía el toro cerca la cabalgadura y soltaba la cara hacia las nubes, de forma que hubo un embroque en el que casi rozó la axila del rejoneador. Y como fue en esa cercanía donde éste le presentó batalla con Bronce, hubo de esquivar y templar tan destemplados envites. Y no por ello se excusó el torero para taparse, sino todo lo contrario. Pisó esos terrenos donde todo era tan a cara o cruz, toreando en redondo, quedándose en la cara, asomando la del caballo a la testuz misma del toro sin reparar en lo incierto que era. Una señora exhibición. Tuvo mucha exposición también el par a dos manos sin cabezada con Dólar. Justo por eso, por la incertidumbre que envolvía a cada encuentro de tanto como el ejemplar de Fernando de la Mora se pensaba cada arrancada. Pero, inteligente, le ganó la acción Diego a su enemigo, lo citó en la media distancia y, antes de que se diera cuenta, le había dejado las banderillas. Tras un par de cortas, pinchó Ventura por dos veces con Volapié y frustró su recompensa. El segundo fue una pura anécdota. Un toro sin raza y, por tanto, sin historia. Ya salió distraído, a lo suyo, lo que fue un anuncio claro de su condición. Se paró sin más y frustró cada intento de Diego Ventura, primero, con Frascuelo, y a continuación, con Fino. Entendió el jinete que el pozo estaba muy vacío, así que finiquitó pronto el trámite no sin antes solicitar la concesión de un toro de regalo. En él vino, pues, todo lo narrado antes. Como no podía ser de otra forma, que para eso el regalo llevaba impreso los nombres de Diego y de Jaime.