Otra exhibición en Cuéllar
CUÉLLAR
Otra exhibición. Otra clase magistral. Otra constatación de su estado de gracia. Da igual la plaza, el escenario, la feria. Dan igual todos los condicionantes. A Diego Ventura le mueven tres cosas: su afán por triunfar, por superarse cada día y por darle al público que va a verle todo cuanto espera de él. Y en ello sigue. En ello vive. Hoy, otra vez. En Cuéllar. Otra exhibición ante un buen lote de toros de María Guiomar. Dos faenas grandes con el denominador común de la pureza, la espectacularidad y la emoción. La que transmite a los tendidos, que se le entregan desde los primeros compases ante sus toros. Desde que encela con Guadalquivir al primero girando sobre la grupa en dos metros cuadrados o desde que lancea templando al segundo con los vuelos del cuerpo de Joselito. Ya desde ahí comprueban los públicos que lo de Ventura es otra dimensión.
Para cerrar el pleno de su inmaculado mes de agosto, se aseguró ya en su primera actuación la decimocuarta puerta grande de la temporada en las quince corridas que lleva toreadas. Doce de ellas, de manera consecutiva desde que el 27 de junio saliera a hombros en Burgos. Desde entonces, tres meses después, Diego Ventura no sabe lo que es irse a pie de una plaza de toros. Números galácticos sin discusión alguna. El retrato en cifras de una evidencia que el paso del tiempo y de las temporadas no hace sino agrandar: el de La Puebla del Río es un rejoneador para la historia del toreo que vivimos en tiempo presente. Dicho queda que abrió su primera faena con Guadalquivir, que es temple puro. Un caballo capaz de encelar a los toros que son buenos con tan poco que los hace mejores. Con él abrió el camino Ventura de una obra extraordinaria, en la que Fabuloso demostró por qué lo mima tanto su torero, por qué espera tanto de él. Su manera de llegar a la cara de los toros absorbiendo por entero las embestidas para batir tan en la cara, parece impropia de un caballo que está en su primera temporada en los ruedos. Luego fue el turno de Lío, que está soberbio y que puso la Plaza de Cuéllar a revientacalderas con sus quiebros, que son como calambres en el alma. Ya sea al galope, ya a caballo parado. Ya sea de parte a parte de la plaza, ya citado en dos metros. Ya en los medios, ya con toda la ventaja de su querencia concedida al toro. Donde sea y como sea, Lío electrifica las emociones con su forma de arriesgar en aras de la pureza. Mantuvo Diego igual de alto el diapasón de su faena en el último tercio con Guadiana, primero, con un par de cortas a dos manos ejecutadas en tiempos perfectos. Y luego, con un rejonazo incontestable. Tanto, como la dos orejas que le fueron concedidas.
Una más obtuvo de su segundo, un toro excelente, de gran nobleza, clase y ritmo, premiado con la vuelta al ruedo y con el que Diego Ventura se rebozó de toreo en otra actuación excepcional. Tanto -dicho queda antes- como los lances de Joselito a cuerpo entero, pasándose la embestida del ejemplar de Cortés de Moura desde los pechos hasta la cola. Y con qué sutileza… Nazarí puso el éxtasis del temple elevado a su máxima expresión, tan cosida la bravura al estribo de Ventura para llevarla toreado metros y metros, sin un solo tirón, acompasado el paso del toro al del caballo, que marca los tiempos. Una locura así vida en los tendidos, de nuevo una caldera en ebullición por lo mucho que el jinete de La Puebla del Río se dejó llegar al burel con Velásquez, que es valor en estado puro. Bronce fue la perfección habitual, pero siempre mejor que la última vez. Bronce es la continuación de la fantasía que alimenta el alma de Diego Ventura, que le quita la cabezada, apenas le susurra con las piernas y lo deja volar. Y Bronce vuela, planeando por cielos prohibidos donde el solo roce de los pitones de los toros ya quema… Rubricó el rejoneador su nueva obra excelsa con Guadianapara coronar la cima de la excelencia en la que Diego Ventura ha plantado sus dominios para siempre.