La miel en los labios

08/05/2019
SEVILLA
Ovación y ovación
Los Espartales
La ovación con que Sevilla se le ponía en pie conforme completaba la vuelta de saludo al público tras el paseíllo montando a Prestigio confirmó lo sabido: que Sevilla tenía ganas de Diego Ventura. Tantas como Diego Ventura de Sevilla. Hay ausencias cuyo lamento no se palía con nada y ésta era una de ellas. Un torero grande necesita y añora los más grandes escenarios. Y viceversa. Y a la par que la plaza le regalaba al rejoneador el eco de sus silencios únicos y el clamor de su entrega más sincera, él, Ventura, iba desplegando su inmenso arsenal de fantasía para poner en las manos de Sevilla el mejor momento de su vida. Fue injusta la suerte final, ésa que cabe en el canto de la moneda de la que depende la cara o la cruz. No vino al encuentro de lo extraordinario de este reencuentro la diosa fortuna, ésa de la que depende tanto, de la que depende todo. Y en el canto de la moneda en el que cabe el rejón exacto que certifica la cara o la cruz tocó cruz. Y Diego y Sevilla se quedaron con la miel en los labios. Injusto. Pero también esto pone en valor el valor de los grandes éxitos que jalonan la trayectoria del jinete de La Puebla del Río. Lo extraordinaria de cada Puerta del Príncipe, lo inalcanzable de cada Puerta Grande de Madrid, recobran su sentido más real en tardes como ésta en la que, al final, la fortuna elige cruz. Pero Sevilla crujió con Ventura. En varios momentos, además. El primero de ellos, casi de inmediato, en esa vuelta prodigiosa a la Maestranza entera con Nazarí. Y eso que el piso no estaba firme del todo porque resbalaba. Pero, como tantas veces, Diego se cosió al buen toro de Los Espartales que hizo primero al imán de su estribo, le sostuvo el pulso a la distancia de un aliento y emocionó a Sevilla encumbrando el secreto mágico del temple. El segundo de esos crujidos llegó con la banderilla ejecutada con Lío dando su grupa a las tablas, pegada a ellas, jugando con la querencia hacia dentro del toro, dándole ahí a él todas las ventajas para quebrar al filo de lo imposible y salir victorioso. Entendió Diego que era el momento de dinamitar la faena, de hacerla saltar por los aires de la emoción y alcanzó una de las cimas de su tarde con el par a dos manos montando a Dólar sin cabezada. En los medios de Sevilla, dejándose venir al toro, impecablemente despacio todo. Mientras completaba el carrusel de cortas con Remate, todo indicaba que caería el premio, pero pinchó antes del rejón definitivo y eso le privó de él. Aunque a premio grande sonó la fuerte ovación –otra vez- con que la Maestranza le hizo saludar desde el tercio. Fue otro toro el cuarto. Tuvo más mecha en su forma de ir y de seguir a las cabalgaduras, pero menos entrega y menos clase también. Lo atemperó enseguida Ventura con Joselito, que hoy pisó la Maestranza por primera vez. A su criador, el empresario Jorge Martins, brindó la faena. Sin más tiempo que perder, volvió a crujir los resortes de la plaza en una soberbia banderilla con Sueño, perdiéndole pasos al toro, dejándoselo venir de fuera a dentro, retrasando el embroque para multiplicar su valor y su pureza, apurando de nuevo al máximo de lo posible para, sólo entonces, hacer la suerte. Antes de ello, también con Sueño, lo condujo de costado y en la cercanía de tablas, cambiando de lado o metiéndose por dentro a través de la única ranura por donde cabe un caballo con un hombre encima. Tan apabullante como los terrenos que Diego Ventura pisa y domina con Bronce. Metido entre los pitones del toro, quedándose en ellos, dando, más que los pechos, la frente misma del caballo, rozando casi la testuz del toro, una y otra vez hasta irse sólo de ese precipicio para quedarse en su borde, doblar de manos a Bronce y citar para clavar en un cachito apenas de Maestranza. Se fundió Nerva con el fandango surgido del tendido. Pidió Diego respetuoso a la banda que cesara el pasodoble para torear en el silencio de la plaza y con el eco de fondo de lo jondo. Volvió a doblar de manos al caballo en la corta distancia y dejó otra banderilla con crujido de Sevilla incluido. Porque no quiso dejarse nada dentro, trato Ventura en el tramo final de mantener a su plaza deslumbrada, primero, con Gitano y su suerte de clavar al violín tras quebrar, y segundo, de nuevo con Dólar, con otro par a dos manos sin cabezada aun cuando la entrega del toro no era la más adecuada para ello. Pero lo hizo, de nuevo lo hizo. Forma parte de su manera de ser, de su ambición siempre inconformista. Pero, sobre todo, formaba parte de su compromiso con Sevilla el día de su reencuentro. La misma sensación en el ambiente de que alcanzaría premio y el mismo lamento cuando pinchó. Se tapaba el toro, que lo puso difícil. Como también para descabellar. Como arreciaba el frío de la tarde, lo hizo la desilusión de todos por lo incompleta de la felicidad. Apretaba Diego Ventura para sí los dientes de la rabia porque, en el canto de la moneda de la suerte, cupo la cruz en vez de la cara. Y se abrazó a la Maestranza y a Sevilla en otra ovación con eco. Faltó la miel -¡qué pena!-, que se quedó apenas en el roce de los labios…