La emoción de cuajar un toro en Madrid

13/05/2023

MADRID
Ovación y oreja
María Guiomar Cortés de Moura

 

Feliz. Así ha sido la vuelta de Diego Ventura a Madrid. Porque la felicidad no deja de serlo aunque no lo sea completa. Faltó, claro, el remate en triunfo, ese horizonte irrenunciable para todos los toreros, más aún cuando se trata de la primera plaza del mundo. Pero feliz porque ha podido sentir Diego el cariño que le profesa Las Ventas, su plaza. Y eso que le costó romperse más en el primero de la tarde, tanto como luego se entregó sin condición alguna a la faena rotunda, espectacular, emocionante y sin pausa alguna que cuajó ante el excelente segundo de su lote. Y eso que salió algo distraído, pero lo metió Ventura en el canasto en una lidia impecable y muy inteligente que, desde su primer compás, fue siempre a más.

Lo vio y lo midió de salida con Campina y clavó dos rejones de castigo para fijarlo y corregirle esa tendencia de cierta frialdad que apuntó en ese primer momento. Pero ya había tenido tiempo el torero de comprobar el fondo de bravura que tenía y que afloró en la lidia con Nómada, que fue el núcleo de la faena y que hoy se ha reivindicado en Madrid como uno de los caballos de referencia del presente y el futuro inmediato del rejoneo. Fue extraordinario su toreo de costado, cómo de cosido a la cola condujonal toro, a un ritmo tan exacto, el que requería lo encastado que era, sin descomponer nunca lo compacto de un conjunto tan bello y rotundo. Lo repitió Ventura dos veces más, cuajando la vida que el toro tenía, ese caudal de emoción que Diego Ventura exprimió y lució también al clavar al cuarteo. Sacó después a Bronce, con el que todo fue perfecto. Se lo enroscó y toreó a caballo en redondo con esa solvencia que es tan propia de este caballo fundamental para entender el rejoneo de este tiempo. Como de costumbre, se lo dejó llegar muy cerca y sintió a milímetros el calor del roce de los pitones del ejemplar de Cortés de Moura, con el que puso Las Ventas como una caldera. El broche con Guadiana fue impecable también. Sobre todo, en el carrusel de cortas al violín. Pinchó por arriba en primera instancia antes del rejón final de efecto fulminante. Sin duda, una obra de toreo total, de entrega y magisterio, de no conceder ni un tiempo muerto para que el público vibrara como lo hizo.

Rozó la oreja en su primero, un buen toro, con clase, pero que, sin perder nunca su buena condición, fue un poco a menos conforme avanzó la faena. Hubo conjunción y pulso en el recibo con Guadalquivir, con el que fijó enseguida al de Cortés de Moura y se dobló con él para encelarlo doblándose muy despacio. Ese mismo temple del inicio se multiplicó en el comienzo del tercio de banderillas con Fabuloso. Aprovechó Diego la prontitud de su oponente, su nobleza y esa clase ya citada para llevárselo a los terrenos de dentro y cosérselo al estribo para recorrer el anillo completo de Las Ventas, sosteniendo muy templado y siempre a la misma distancia el galope del toro mientras la plaza respondía con una cerrada ovación. La precisa belleza de ese envite tuvo prolongación en la emoción del primer palo clavado de poder a poder y casi en los medios del ruedo, al quiebro y cargando mucho la suerte. Fue justo a partir de ahí cuando ya empezó a costarle más al cuatreño, con el que siguió luciéndose Ventura en el toreo de costado por dentro, muy cerca de las tablas y recreándose en unas, de nuevo, muy lucidas hermosinas. Puso en liza entonces a Lío para dejar una banderilla al quiebro dejándose venir al astado con esa capacidad de este caballo para hacer la suerte tan al borde del último momento. Cerró la faena con el carrusel de cortas muy ligado con Guadiana, antes de un gran par a dos manos. Pinchó en primera instancia arriba antes de cobrar un rejón entero y certero que fue más que suficiente.