La cátedra del genio

17/10/2021

JAÉN
Dos orejas, dos orejas y ovación tras petición
Adolfo Martín

 

Era como un fin de fiesta, pero era mucho más. Porque nada de comodidades ni de amabilidades. Todo lo contrario: una temporada como la de 2021 solo podía terminar así, en la cumbre. En la cumbre de quien en la cumbre vive. Con toros de Adolfo Martín, en un  nuevo alegato de lo que se ha convertido en su razón de ser: cambiar el rejoneo. “Dejarlo mejor de lo que me lo encontré”, en palabras del propio genio. El genio es Diego Ventura que hoy cerró en Jaén una temporada brillante dictando una cátedra que resume lo que es y donde está. La cátedra del genio. La exposición de un estado: su plenitud.

Cuatro orejas que pudieron ser seis y un rabo de haber acertado con el rejón de muerte en el tercero de su lote. Pero, sobre todo, un despliegue, aunque conocido, siempre inaudito de su capacidad insondable. Ante tres toros bien diferentes. Complicado y exigente el primero, templado pero a menos el segundo conforme se sintió podido, y noble y con calidad el tercero. Material propicio para el despliegue de todos los registros que convierten a Ventura en catedrático del toreo a caballo. Y en un incendiario, porque ya solo en el recibo del primero de sus adolfos, con Campina, elevó al máximo la temperatura de la plaza por cómo fue capaz de corregir por la vía del temple la tendencia del toro de ponerse por delante y cortarle los caminos a la cabalgadura. Un dominio que ya fue total con Nazarí, con el que hasta incluso logró tapar la complejidad de un animal que no cambió en su empeño, que tiraba la cara arriba en ocasiones, pero que tuvo emoción y transmisión, valor seguro para que Diego dinamitara la tarde con el prodigio que es la estrella primera de su cuadra. Faena intensa y medida porque el cigarrero se fue entonces por Guadiana para construir un último tercio sin pausa alguna con tres cortas y dos rosas clavadas en una espiral perfecta, sin solución de continuidad. Aunque pinchó en primera instancia, cortó las dos orejas.

Mismo premio que obtuvo en su segunda faena ante un toro al que saludó a portagayola con Guadalquivir, emplazado en los medios y clavando sin probatura alguna, yendo completamente de frente, absorbiendo la salida del toro como un obús. Se frotaba la gente lo ojos mientras que Diego Ventura lanzaba su sombrero al infinito. Pero era solo el inicio de otra locura que se fue materializando en un tercio de banderillas soberbio. Primero, con Lío, siendo ahora el torero quien se iba como una exhalación al toro para apurar tan al máximo los embroques como que los pitones casi rozaban los pechos del caballo. Luego, con Bronce, metido literalmente entre los pitones del adolfo, deteniendo su paso, dominando el tiempo y la escena, toreando sin ventaja alguna, mordiendo, incluso, el caballo la testuz del astado y, cómo no, clavando sin cabezada. Importante: frente a un toro de Adolfo Martín. El jinete de La Puebla del Río dejó tres rosas en una perra gorda como en una danza armónica hermosa y cortó de nuevo dos orejas a pesar de pinchar en primera instancia.

Pero al genio le faltaba el remate a su cátedra, que, además, lo era de la temporada entera. Y se encontró con un buen toro, noble, que hizo buena la propuesta del recibo también a portagayola, pero, esta vez, con la garrocha montando a Generoso. Le puso pies el toro y, por tanto, emotividad al envite, lo que se multiplicó con la majestad de Sueño, un caballo definitivamente diferente que hace cosas diferentes. Otro caballo que vive y torea más a gusto cuando vive y torea más al límite. Por ejemplo, en batidas que eran muletazos sin tiempo instrumentados con el cuerpo completo de Sueño. Pero, especialmente, en su toreo de costado, tan exacto de precisión para encelar la embestida del toro y conducirla absolutamente pegada al estribo. Y luego, en sus pasadas por dentro, ajustadísimas igualmente, pero despacio también. Como si quisiera desplegar una última lección en la cátedra, sacó de nuevo Diego Ventura a Lío para dejar un par al quiebro absolutamente escalofriante por lo cerca que se pasó al ejemplar de Adolfo para clavar volcándose mientras el toro metía la cara bajo el estribo. Justo las mismas circunstancias en las que ejecutó un memorable par a dos manos sin cabezada con Bronce. Sublime. La plaza estaba definitivamente entregada y el rabo parecía evidente hasta que un par de pinchazos con el rejón de muerte lo dejó todo en una fuerte ovación tras petición. Fue el único borrón, quizá, de una cátedra perfecta y completa. La cátedra del genio en una de las grandes temporadas de su vida. Posiblemente, la de mayor plenitud, que ya es decir…