Imparable

13/03/2022

ILLESCAS
Dos orejas y rabo y dos orejas y rabo
Luis Terrón

 

Cuatro orejas y dos rabos. Otra plaza casi llena. Otra tarde para no olvidar. Brutal, espectacular, emocionante, sublime, magistral, redondo, impecable, indiscutible, imparable. Adjetivos y más adjetivos que intentan explicar lo que se mejora cada día, cada tarde, en cada corrida. Diego Ventura sigue escribiendo una leyenda en tiempo presente y hoy, en Illescas, conoció de otro capítulo grande de verdad.

Diego puso enseguida la tarde de su parte al cortarle el rabo al bravo toro que hizo primero de su lote. Fue el resultado de una obra espectacular, emotiva y sencillamente perfecta. Una bomba que explotó tan pronto recibió al astado con Campina emplazado en los medios para clavar el rejón de castigo sin más pruebas, tal cual salió el de Terrón, que, por cierto, lo hizo encendido y con pies. El pasaje tuvo la explosividad y emoción que Ventura pretendía y, a partir de ahí, ya nada fue menos. Todo lo contrario: fue más y mejor. Como cada banderilla con Fabuloso ajustando el ajuste que hacía de las suertes un prodigio. Y como la manera de templar con Nazarí, con lo difícil que es siempre la entrega que procede de la bravura. Compuso el cigarrero un tercio de banderillas implacable con dos caballos que simbolizan lo mejor de su cuadra: la veteranía y el futuro hecho absolutamente presente. Tantos años en busca de la doma perfecta, de la plena compenetración, de la conjunción sin fisura alguna entre el hombre y el animal. La redondez del conjunto de Ventura se magnificó con el carrusel de cortas con Guadiana, tan preciso, tan medido, tras el que el jinete se desplantó apoyando su codo literalmente en la testuz del toro, que seguía embistiendo y embistiendo con la misma intensidad. El rejón de muerte, impecable también, e inapelable, dio lugar a la concesión de los máximos trofeos para Diego.

Como si no se conformara -que no lo hace- repitió el triunfo grande en su segundo, al que también le cortó el rabo. Lo recibió de nuevo a portagayola, pero, esta vez, con Guadalquivir, con el que luego lo bordó para fijar y encelar tamaño caudal de casta del ejemplar de Terrón doblándose en un palmo de terreno, sobre una baldosa, hasta dejar clavado al toro, sumido ya al mando del caballo. Otro caudal, pero de toreo, fue el tercio de banderillas. Sin un solo tiempo muerto, creciendo la faena en intensidad y en calado en el tendido, convertido en un hervidero. Primero con Velásquez, pasándose por los pechos la embestida entera del astado, toreándola de principio a fin hasta clavar completamente metido bajo el estribo. Y después con Lío, con el que cada banderilla fue una especie de milagro por cómo sucedía. Porque parecía imposible, después de dar toda la plaza en el cite, detener tamaño galope yendo al toro tan en seco, ahí clavarse, quebrar, pasarse el toro por entero, clavar y salir mientras que la plaza explotaba. Una vez y otra. Tal clima alcanzó, que decidió Diego culminarlo con el broche de Guadiana, no prolongar más lo que exacto era. Un broche a la misma altura de todo lo demás: en el cielo del toreo a caballo. Ése que Diego Ventura sigue desbordando hasta límites inimaginables. Sin parangón, sin que resulte sencillo imaginar dónde está el horizonte…