Honor a ti, Nazarí…

20/05/2023
MADRID
Dos orejas y oreja
Carmen Lorenzo
 
En silencio, sin que nadie lo supiera. Solo Diego. O quizá también él, Nazarí. Quizá también él ya lo supiera. ¿Quién dice que no se lo hubiera contado Diego a solas, en la intimidad de El Rincón, donde todo nació, donde todo se forjó, donde todo es? Pero salvo ellos, nadie más lo sabía. Que era el último baile de Nazarí, el día de su adiós para siempre. La última vez que le viéramos en una plaza de toros. Por supuesto, en la primera de ellas. En el Madrid que tantas veces puso boca abajo, que tantas veces ensimismó y enamoró con su forma tan bella de interpretar y de sentir el toreo. Como hoy. También hoy. El último día que Nazarí cabalgó en torero para poner a su torero a los pies de la gloria. Otra vez. Y van dieciocho. Porque, para más inri, el adiós del caballo que le cambió la vida a Ventura solo podía ser yéndose por la Puerta Grande de la que tiene las llaves. Porque ya son dieciocho las veces que la he hecho suya… Fue un gran toro Montecillo, de Carmen Lorenzo, su primer toro, al que le cortó las dos orejas. Bravo y con calidad, con un ritmo de seda que Diego bordó desde los primeros encuentros en el recibo con Joselito. Lo quebró, lo fijó y lo paró sobre la grupa con absoluta maestría, doblándose en un palmo de terreno, muy despacio todo, muy suave, dándole al burel la lidia exacta que pedía, eso que tan sencillo parece, pero que tan complejo es. Con Fabuloso fue una exhibición lo de Ventura. De cómo aprovechar y multiplicar las virtudes de un toro tan bueno. De cómo tomarle e imponerle la distancia y la velocidad justas. De cómo cosérselo a la cola del caballo y no despegárselo ya. De cómo recorrer una y otra vez, en un sentido y en otro, el anillo del ruedo de Las Ventas con semejante precisión, con tamaño pulso, con esa capacidad de simbiosis. Tan cerca y tan despacio. Como las hermosinas, sin variar nunca ni la distancia ni el ritmo que le imprimió a la suerte completa. Clavó al cuarteo, primero, citando muy en corto. Después, más en largo, dejándose ver, con el toro de Carmen Lorenzo emplazado en los medios y apurando el embroque  hasta el segundo final. Tras Fabuloso, sacó a Bronce, su hermano, con el que se enroscó al astado y se dobló con él en una baldosa, generando una espiral de toreo sin fin y de una plasticidad inmaculada. Clavó una banderilla sin cabezada con Bronce y ejecutó un impecable carrusel de cortas al violón con Guadiana antes del rejón final, arriba y más que suficiente. Tanto como que convenció a Las Ventas sin duda alguna y se alzó con dos orejas absolutamente unánimes. Recibió a su segundo a portagayola con la garrocha con Generoso y enseguida le cogió el ritmo y lo enceló para engancharlo y llevarlo muy toreado. Y así, de salida, sin necesidad de más. Tuvo nobleza y calidad el ejemplar de Carmen Lorenzo y lo acarició Diego Ventura con el mando de seda de Nazarí para que firmara su último, su enésimo derroche de magisterio absoluto. En silencio, sin que nadie lo supiera. Solo Diego. O quizá ya también Nazarí… Lo cierto es que, como tantas veces, se trajo al toro de los medios al tercio, lo ató a su capacidad de hipnosis y lo condujo por dentro de costado, a milímetros, imantado, galopando a la velocidad que él le quiso imprimir. Siempre el mismo compás, siempre la misma distancia. Nazarí en estado puro… Y a su estela, Nómada, su hijo, que le tomó el relevo hoy en la plaza como está llamado a tomárselo también en toda la vida que le queda por delante en la cuadra del genio de La Puebla del Río. Terciopelo también sus embroques, su valor tan enclasado para llegar tan cerca y torear con el cuerpo. Pura belleza. Cerró Diego su obra con As de Oro, con el que clavó tres rosas reunidas hasta el límite. Mató por arriba a la primera, convencido Diego Ventura de que el toro estaba muerto. Y lo estaba. Y rodó. Y todo Madrid fue un flamear de pañuelos que no cesó con la primera oreja. La gente quería más, también la segunda, pero el palco no sintió lo mismo. Fue entonces cuando Diego llamó a Nazarí. Y Nazarí pisó de nuevo y por última vez el ruedo de la plaza donde tantas veces se erigió en el mejor caballo de la vida de Ventura, que le dio las gracias con un beso y con lágrimas en sus ojos. Lágrimas y un beso tan de verdad como el camino juntos de Diego Ventura y el caballo que le cambió el destino…