Justo el homenaje que don Ángel merecía

02/09/2018
RONDA
Ovación, silencio y dos orejas y rabo
Benítez Cubero
Era la tarde en la que el rejoneo rendía homenaje a don Ángel Peralta, el Maestro, en un escenario que fue tan suyo y que es tan grande como Ronda. Así que nada podía fallar. No podía quedar marcada la cita por el sello del infortunio. Que lo hubo, primero, porque los aceros no fueron certeros en el primer toro. Y segundo, porque el quinto salió enfermo y prolongar su agonía, el disgusto del rejoneador y el enfado del público no tenía sentido. Así que pidió Diego Ventura el sobrero y resulta que fue el toro de la tarde. Que debió entrar de inicio entre los que se sortearon a mediodía las cuadrillas, pero la autoridad decidió lo contrario frente al parecer de los profesionales. Al final, se impuso la lógica y ese toro salió al ruedo de Ronda para honor y gloria del toreo a caballo y de la memoria de don Ángel. Brindó Diego la faena a su hermano Rafael y se fue a portagayola con la garrocha a lomos de Lambrusco. Y el toro, un precioso berrendo en negro de Benítez Cubero, le siguió los pasos y le aceptó, encendido, el envite para protagonizar los tres –Ventura, Lambrusco y el toro- hasta dos vueltas completas al anillo rondeño con la bravura cosida al relance de la garrocha y embebido en el pulso milimétrico que le imponía el jinete. Había comprobado que el toro le iba a servir y mucho y comenzó Diego a escribir su proverbial tercio de banderillas con Nazarí para componer ambos una sinfonía colosal, perfecta y emocionante, con un despliegue de temple imposible por más que tantas veces ya –cada tarde- lo hayan desplegado casi por igual. El toreo de costado fue la cima de una actuación maravillosa en cada uno de sus momentos y, aún en él, con la cúspide del pasaje en el que, muy al hilo de las tablas, Ventura soltó de sus manos el gobierno del caballo para clavar una banderilla que es ya uno de los grandes momentos de su temporada de gigante. Pero también fue para el recuerdo la banderilla ejecutada en los medios luego de dejarse venir de frente al toro en lo que Diego y Nazarí perdían pasos. Ya en ese punto, la obra de Ventura había cobrado dimensión de grandeza, lo que se multiplicó después con Quillas y Dólar, que le pusieron el toque de espectacularidad y de prodigio en la doma también al conjunto. Faltaba el broche. Y esta vez, no falló. Tras las cortas al violín con Remate, cobró el jinete un rejón entero que, aún así, precisó del descabello. Se aseguró de ser el de siempre con el verduguillo y finiquitó al primer intento Diego Ventura la que ya es una de las faenas más emotivas e importantes de su temporada, no sólo por lo que hizo, sino por el contexto de la tarde y cuanto este triunfo tiene de victoria de la ambición de la figura por estar a la altura de un escenario único, de la expectación y entrega de la gente y, por supuesto, del homenaje al Maestro. Fue muy superior Diego a su primer oponente, un toro de Benítez Cubero que tuvo nobleza, pero poca chispa y que se fue apagando. Como de costumbre en estos casos, se montó encima del burel para construir una faena que, sobre todo, en banderillas con Guadalquivir y Lío conectó mucho con el tendido. En el caso del primero, porque fue una exhibición de clase y de torería, de elegancia y de valor, la de Ventura con este caballo que se viene estrenando en el tercio de banderillas ofreciendo un altísimo nivel. Por su sentido del temple que le permite llegar mucho al toro para hilarlo a la grupa y torearlo de costado cambiando los terrenos por dentro aun cuando casi no hay sitio para ello. Pero también por su manera de lidiarlo por la cara, pisando sus dominios y apoderándose de ellos. Valor y clase que se fusionan en una sola virtud. El toro se fue parando por momentos, lo que aprovechó Diego para sacar a Lío, con el que clavó al quiebro con igual espectacularidad y asunción de riesgos, ya fuera en la sorprendente muy corta distancia, como en la más larga posible, dejando toda la Maestranza de Ronda entre medias del cite para galopar hacia el toro –aquerenciado en tablas-, frenarse a escasos dos metros de la cara y, en el mismo movimiento, cargar la suerte, batir, clavar y salir. Arriesgó y ganó el jinete cigarrero, que se metió al público en el bolsillo con su ambición. Tras el carrusel de cortas con Toronjo, no se conformó y obró uno de los mejores momentos de ésta su primera faena al ejecutar un par a dos manos en el tercio, que fue un prodigio de ajuste en el embroque y en la ejecución. Pero pinchó dos veces antes de recetar un rejón entero, e incluso, hubo de echar pie a tierra para descabellar, en lo que se le escapó sus opciones de haber puntuado ya entonces.