Escribir el toreo con letras de oro

12/03/2023

ILLESCAS
Dos orejas y rabo y dos orejas y rabo
Carmen Lorenzo y El Capea

 

Diego Ventura no se da tregua. Ni a él ni a nadie. Su empeño es escribir con letras más de oro que nunca esta temporada del veinticinco aniversario de su alternativa que tanto significa y simboliza. La cumbre artística en la que está. El cielo al que ha encumbrado -y aún lo hace cada día- el arte de torear a caballo. Este año es un compendio de lo hecho y de lo que sueña seguir haciendo para, como él mismo dice, dejar el rejoneo mejor de lo que se lo encontró cuando llegó a él. Desde luego, con tardes como la de hoy en Illescas, tan soberbia, tan redonda, tan perfecta, consigue uno de sus propósitos primeros: sembrar en el corazón y el interés de los aficionados la semilla de la pasión por el toreo a caballo a fuerza de escribir el toreo con letras de oro.

Aún a medias físicamente por las lesiones de peroné y de clavícula que aún arrastra de los últimos compases de su temporada mexicana, nada le ha limitado para cuajar tan a lo grande las muchas posibilidades que le han dado sus toros de Carmen Lorenzo y El Capea. El primero, aplaudido en el arrastre. El segundo, distinguido con la vuelta al ruedo. De ambos obtuvo los máximos trofeos, culminación material de dos obras maestras con mucho de carga espiritual. A su primero lo recibió y lo fijó con Joselitodoblándose en un palmo de terreno. Ahorro de tiempos y de embestidas que exprimir después. Las banderillas al quiebro con Fabuloso, cada una de ellas en terrenos distintos, fueron un manual de fantasía y de capacidad para jugar con las querencias, los espacios y los tempos de las suertes. Quiebros de ensueño coronados con piruetas sorprendentes, de ajuste insuperable y todo lo despacio que cabían teniendo en cuenta la inminencia de los pitones del murube. Ya ahí tenía entregada a la plaza, pero aún la puso más ardiendo cuando sacó a Bronce. Ahora el manual fue de cómo andar haciendo equilibrismo en terrenos inexistentes por las cercanías que Ventura asume con este caballo prodigioso. Y sin cabezada, mandando con sus piernas, aunque una de ellas la tenga fracturada. Como prodigiosa es la simbiosis que ambos comparten fruto de una doma absolutamente perfecta. Fue bello por elegante el cierre con Guadiana al clavar las cortas y un par a dos manos soberbio. El rejón final fue tan implacable como el conjunto completo, de ahí las dos orejas y el rabo.

Pero no por ellas bajó el listón de su intensidad y exigencia en el segundo, al que recibió de salida emplazado en los medios con Campina para ir a buscar y clavar el rejón de castigo sin prueba alguna, un envite que fue su declaración de intenciones de cuanto vendría después. Que fue una locura. Primero, con Nazarí y su excepcional dominio del temple para torear de costado por dentro con semejante precisión y hacer de cada batida para clavar de frente un derroche de clase. Después, con Lío, quebrando de poder a poder como quien tira la moneda al aire sabiendo que sale cara sí o sí. Cargando la suerte todo lo posible y haciendo de ese quiebro una radiografía a los pechos de su caballo. Y después, con Nómada, el heredero, el hijo de Nazarí, que demostró por qué Diego bebe los vientos por él. Otra vez certificó su faena de manera inapelable y el público, agradecido por tanto, se le entregó con la misma sinceridad con que lo hizo todo el rejoneador de La Puebla del Río poniendo en sus manos las dos orejas y el rabo. Un pleno que certifica una tarde para el recuerdo. Otra más…