En estado de gracia

09/10/2021
9/10/2021
FUENGIROLA
Ovación y dos orejas y rabo
Luis Terrón y María Guiomar Cortés de Moura

 

Es en lo que vive Diego Ventura, en estado de gracia. Que es ese estado que se alcanza cuando uno alcanzó la cumbre y, no solo se queda a vivir en ella, sino que la prolonga y la eleva. La cumbre de Diego Ventura está aún por descubrir. La interrogante al respecto sigue sin respuesta porque ya se encarga el genio de La Puebla del Río de negarle la respuesta. Por eso vive en estado de gracia. Por eso y porque su hábitat natural es el triunfo. El triunfo sin paliativos. La cantidad soportada por la calidad. La esencia que lleva a la materia. Las grandes obras que suman cifras inapelables, casi se diría que inalcanzables. Veinte puertas grandes lleva en sus veintiuna comparecencias de esta temporada 2021, en la que Ventura destroza sus propios registros.

Su segunda faena es un buen ejemplo del porqué de tantos triunfos. Su carácter, su inconformismo y su ambición. Pero, claro, no solo eso, sino, sobre todo, su capacidad para desbordar todas las expectativas y para darle la vuelta al comportamiento de un toro cambiante pero encastado, que empezó siendo menos y terminó siendo más por cuanto se vino arriba. Pero un toro difícil, que no regaló nada, sino que, más bien al contrario, conforme avanzaba la faena, más exigía y comprometía. Lo paró Diego con Generoso y lo tuvo que ir a buscar en cada encuentro con Velásquez en un compás de la faena en el que el ejemplar de Cortés de Moura estaba sin definir. Esperaba y, cuando la cabalgadura llegaba a su jurisdicción, apretaba. Como cuando Ventura se metió por dentro con Velásquez, muy pegado a tablas, o en los quiebros posteriores. Pero fue en ese punto donde el astado cambió y exigió de lo lindo. Por ejemplo, en los quiebros con Lío, en los que el jinete cigarrero le dio todas las ventajas a su oponente, más fijo entonces, más desafiante, dejándoselo venir muy de largo, perdiendo pasos sin solución de continuidad hasta batir una barbaridad cuando el burel ya estaba muy encima. Torear ahí el empuje del toro, esquivar su embestida requirió un sorprendente ejercicio de valor y de precisión, casi de funambulismo. Hizo suya Ventura toda la acometida del ejemplar de Cortés de Moura en cada banderilla, siendo la tercera de ellas sencillamente sensacional. La plaza se convirtió en un hervidero, con el público en pie y Diego ya no dejó que se sentara en adelante. Primero, con Bronce, como siempre, toreando tan por la cara, metiendo la suya entre los pitones, dando los pechos como los vuelos de una muleta imaginaria y templadísima. Con cabezada y sin ella. El corolario fue las mordidas, al modo de Morante, de Bronce al morrillo del toro, constatación de poder y de autoridad. El carrusel de cortas al violín fue de una ligazón impecable, como el rejón de muerte, completamente por arriba y, por ello, fulminante. El palco le concedió las dos orejas de una sola vez y el rabo, no tardó en caer. El décimo de la temporada. La vuelta al ruedo fue clamorosa. Como las sensaciones en las que Diego Ventura introdujo a la afición de Fuengirola para vivir una faena de pasiones desbordadas. Con la firma de quien vive en estado de gracia.

Y solo así puede ser para exprimir como lo hizo al primero de su lote, de Luis Terrón. Un toro que tuvo nobleza, pero escaso celo. Se agarró al piso y le costó ir a los envites de Diego Ventura, que le sacó todo el jugo y hasta más por la vía de la sabiduría insondable. Lo esperó de frente a portagayola con Guadalquivir, con el que le instrumentó un par de lances a cuerpo limpio que destilaron clase de la cara. Con Fino, ya en banderillas, le pisó esos terrenos donde a un toro no le queda otra más que ir, pero todo fue por obra y gracia del torero y su caballo. Y con Nazarí obró lo que parecía impensable y es que el toro se encelara en el mando del caballo, con el que el rejoneador lo condujo por media plaza cosido siempre a la misma distancia. Fue como convencer y a quien no tiene fe. Nazarí puso su mirada en la mirada de su enemigo y así, mirándolo, lo convenció de lo bonito que es embestir y que es torear. No cabía más con menos. Diego Ventura clavó tres cortas en lo que da una moneda montando a Guadiana, lo que luego le jugó una mala pasada, ya que el rejón, en el primer intento, golpeó contra una de ellas y resbaló. Eso y que el toro se puso incómodo para que el torero le atacara por arriba. Tras dos pinchazos más, descabelló Diego desde el caballo. Rúbrica torera a una faena que era difícil esperar. Pero es lo que tiene vivir en estado de gracia…