Ejercicio de supervivencia
VALENCIA
Pareciera que el cielo se hubiera abierto en canal. Lo hizo progresivamente, del chispeo al chaparrón incesante, pero lo hizo y la tarde se puso imposible. Para el toreo, desde luego, pero, sobre todo, para el toreo a caballo. Por eso la mañana fue un ejercicio de supervivencia. Y de honestidad y de compromiso y de respeto al público. Cada embroque tuvo mucho de moneda al aire conforme la mañana avanzaba y el piso se iba poniendo cada vez más impracticable, más incierto, más a la contra. Un condicionante importante en lidias como la que requirió el primero del lote de Diego Ventura. Un toro manso, que se emplazó enseguida y que esperó siempre, lo que obligó a llegarle mucho para ajustar los encuentros. Eso, queda dicho, con el piso cada vez peor. Lejos de volverle la cara a los elementos -lo que no va con él-, arriesgó Diego en cada uno de ellos, especialmente, en banderillas con Velásquez y Lío. Tuvo cada suerte la emoción que emana de la verdad y del compromiso y eso no cayó en saco roto en el sentir del público, aterido de frío también. Pudo cortar una oreja Ventura, pero pinchó con el rejón de muerte porque el toro se puso muy molesto en ese trance último y su esfuerzo se quedó sin recompensa.
Como también el que hizo frente al quinto, que fue mejor toro porque tuvo nobleza y fijeza, pero el estado del ruedo -absolutamente una limitación a más imposible de obviar- lo siguió marcando todo. Porque no cesaba la lluvia, torrencial por momentos y sin viso alguno de que fuera a parar. Por eso fue tan importante lo que hizo Diego Ventura con Nazarí, eso de imantarlo a su estribo y llevarlo toreado a la distancia de un suspiro, sostenido, pulseado hasta lo imposible. Hasta del frío se olvidó por un instante el público, también heroico en una mañana como la de hoy, y Valencia pudo por fin estallar, como en una mascletá, en respuesta a la exhibición de temple sumo del jinete de La Puebla del Río. Ese mismo temple fue la esencia de cada embroque con Nazarí y luego con Bronce, con el que bordó el toreo como es común ya cuando se trata de esta dupla. Se enroscó Ventura entre los pitones del toro de Los Espartales, quedándose en la cara, pasándoselo por los pechos, dejándose ver, asomándose al balcón donde no hay vuelta atrás. Ejercicio de prodigio y maestría mientras el Mediterráneo seguía cayendo del cielo. Cobró un rejón entero, pero necesitó del descabello, que se le cruzó. Tocaba Diego las dos orejas, pero se le fueron, como arrastradas, por la marea desbocada de una mañana sencillamente horrible para el toreo.