Diego Ventura, señor de Ronda

03/09/2017
RONDA
Oreja y dos orejas y rabo
Canas Vigouroux
Diego Ventura se ha consagrado este fin de semana como señor de Ronda. La plaza por excelencia. La plaza donde el toreo adquiere matices diferentes. Más íntimos, más puros. Es la plaza que da un prurito especial a los toreros que la enamoran. No es que Diego la haya conquistado en este fin de semana histórico que ha vivido allí, es que se ha adueñado de ella. Por eso Ventura es ya el señor de Ronda. Cinco orejas y dos rabos ha obtenido para sellar su doble presencia en la Feria de Pedro Romero. Un balance inapelable, definitorio y definitivo. Un fin de semana coronado con una grandiosa faena al sexto de la tarde, el último y el único que, al menos, se movió de la mala corrida de Canas Vigouroux. Un toro que salió distinto a como lo habían hecho los demás, con pies, con celo, apretando y eso permitió disfrutar de su lidia con Campina, de la manera en que el torero lo paró, lo recogió y lo enceló recortándole sobre la grupa en un par de metros cuadrados. Vio Ronda el pasaje y lo cantó. Lo coreó. Dada cómo venía la corrida, prefirió Diego dejar lo más entero posible al toro y se fue a por Sueño para empezar a convertir a la Maestranza en una bendita locura de felicidad. Primero, al galopar de costado casi toda la plaza, metido el astado bajo el estribo del torero, con el temple que consiste en adecuar velocidades distintas que van cambiando por segundos para luego, cuando nadie lo espera y donde menos espacio queda para ello, recortar metiéndose por dentro, contrayendo Sueño ese elástico que tiene por cuartos traseros para pasar sin que el toro ni siquiera le roce. Y así, por tres veces. Más locura todavía. Locura de felicidad. Esa misma que explotó al ejecutar el jinete dos banderillas al quiebro ante el aliento de los pitones después de dar toda la plaza en el cite y llegar al embroque galopando para frenarse y quedar clavado en la jurisdicción del toro y explotar la suerte, milagrosa y luminosa. Fue el turno entonces de Nazarí para torear también de costado al hilo de las tablas y dejar luego dos palos exactos y perfectos, ajustados por de más y arriesgados hasta el límite porque apuró el jinete el embroque lo máximo posible multiplicando así la pureza de la suerte. Pero Diego quería más porque era su momento y su faena en una plaza como Ronda. Así que se fue a por Dólar, le quitó la cabezada, tomó un par de banderillas con los colores de La Puebla del Río, se enfrentó a tres metros del toro, en los medios de la Maestranza, a toro y caballo parado para, sin margen alguno para el error, provocar la arrancada y, despacio, sin carreras ni prisas, dejar un par espectacular a los ojos de Ronda. Sublime. La gente, puesta en pie y Diego Ventura agradeciendo a su caballo tamaño momento de felicidad plena. El carrusel de cortas al violín con Remate tuvo la ligazón que el conjunto merecía. Y el rejonazo final fue como toda la obra: impresionante. Como la muerte del toro, sin nadie alrededor y sólo Ventura saboreando lo que acababa de hacer. De tal manera puso de acuerdo a todo el mundo, que el presidente sacó a la vez los tres pañuelos que le concedían las dos orejas y el rabo. No se le puede sacar más partido que el que exprimió Diego a su muy parado primer toro. Ya de salida se comprobó que su colaboración iba a ser tan escasa como el motor de su raza. Por eso lo midió con un solo rejón de castigo montando a Lambrusco. Sacó en banderillas a Nazarí y trató Ventura de encelarlo en su estribo y romper con ese velo rocoso de mansedubre que adornaba al ejemplar de Canas Vigourux. Pudo conseguirlo por momentos a base de montarse encima, sujetarlo a milímetros y tirar de él con el pulso exacto porque, a poco que le diera más espacio, el toro se paraba. Fue inteligente el jinete al decidir que todo debía hacérselo a toro parado, así que ejecutó dos banderillas con Nazaríbatiendo en la misma cara y después de citarlo muy en largo y adornar ese cite, primero con un tierra a tierra arriesgado porque lo apuró hasta estar apenas a un par de metros de los pitones, y luego, dejándose ver desplazándose sobre ambos costados asumiendo, como así fue, que el astado se le arrancara por sorpresa. Ése fue el mérito de Diego Ventura: jugar con eso, no rehuirlo, hacer virtud de la nula condición de su oponente. Tan parado fue que se la jugó Diego con dos palos al quiebro con Lío sencillamente impresionantes. Porque eso, el quiebro, la batida completa al pitón contrario, se producía donde ya se nota el aliento de los toros. Y ahí, en ese terreno donde ya no hay espacio, llegaba el torero, quebraba, clavaba y salía con mando. Todo en uno y todo por él. Completó el carrusel de cortas con Remate a partir de volcarse por completo en el morrilo y cobró un rejonazo fulminante tras un pinchazo previo. El público de Ronda pidió con fuerza la segunda oreja. Y eso que no sabía lo que venía después. La gran obra de Diego Ventura en la Maestranza de Antonio Ordóñez para honrar a Antonio Ordóñez, a Ronda, a la plaza y al toreo mismo. Una obra magistral que ha coronado al torero de La Puebla del Río como el señor de Ronda, la ciudad del Tajo.