Diego Ventura gana el Rejón de Oro en Méjanes

21/07/2018
MÉJANES
Dos orejas y oreja
El Capea y San Pelayo
   
Volvió hoy Diego Ventura a Francia (la primera fue el 2 de abril en Arles) y toda la tarde tuvo para él aire de triunfo. Desde los prolegómenos mismos, cuando recibió, precisamente, el premio que concede el prestigioso Club Paul Ricard al rejoneador triunfador de Arles, y hasta el propio cierre, cuando tomó en sus manos el Rejón de Oro, otro importante galardón que, en este caso, entrega la afición de Méjanes y que realza la profunda devoción al caballo y, por tanto, al rejoneo, que se respira en el corazón de la Camarga francesa. Un lujo todo. La afición al animal y a su cultura emanando con naturalidad e imprimiéndose en cada recoveco del ambiente en la ciudad. Lo dicho, un lujo. Una delicia. Así las cosas, la tarde de toros también tenía que serlo en nombre de Diego Ventura. Y lo fue porque Ventura nunca falla. Hoy se alzó con el Rejón de Oro al coronar su actuación con el cómputo de tres orejas que debieron ser cuatro de haber entrado antes el rejón de muerte en el quinto toro. Tres orejas que le ponen el esplendor del oro al conjunto de una tarde áurea también. De muchos quilates. Una tarde de despliegue de maestría, de capacidad, de torería, de solvencia, de poder, de recursos, de frescura, de rotundidad. De lo que Diego es. Desde el primer compás. Como quien quiere conformar una sinfonía perfecta de toreo. Desde el recibo con Guadalquivir hasta el broche con Remate. Asumiendo el riesgo que conlleva la pureza de las distancias cortas. Dejándose venir la embestida del toro de El Capea para absorberla y engrandecerla toreando con todo el cuerpo de los caballos. Ejercicio de pulso exacto, de temple natural porque así fluye por más que parezca un milagro tras otro. Con Nazarí, se dejó meter el astado donde casi rozaba el estribo y en ese punto lo condujo con la caricia implacable de quien vence convenciendo. Se puso en pie Méjanes. Y rugió de pasión. Como después con Fino, que llegó a tomar territorios prohibidos, tan al calor que quema de los pitones rozando. Un prodigio de sinceridad y de seguridad. La seguridad de saber que se está en posesión de la verdad. Fue un delirio como lo vivió el público. El doble premio, inapelable. Pudo repetir tanteo en el quinto, un toro de San Pelayo, pero se quedó sólo en un trofeo porque pinchó antes de matar. Fue el único borrón en una composición otra vez impecable. Cumbre su faena, su obra. Sublimando otra vez el temple para elevarlo de nivel. El temple que no sólo es ritmo, sino la capacidad de mandar en cada tiempo de la faena. La cima, con Universo. Como luego con Dólar. La plaza, ya entregada, se desbordó de pasión de esa forma tan apasionadamente hermosa con que lo hace Francia. No hizo justicia ese pinchazo, aunque nadie se acuerda ahora de él ante mayúscula exhibición de estar y de vivir por encima de todas las circunstancias. Por eso hoy se lleva de Méjanes el oro. El oro de un rejón que no es sólo un premio, sino el reconocimiento a la genialidad de Diego Ventura. Otra vez rey de Francia, Como cada vez que va. Como cada vez que le dejan estar.