Diego Ventura, de corazón

29/08/2021

LINARES
Oreja y dos orejas y rabo 
María Guiomar Cortés de Moura

 

Y se sentó en el estribo, roto, llorando, vacío tal vez. Lo había dado todo, absolutamente todo en una faena para el recuerdo. Una faena de él para el mundo entero. De lo más dentro de sí a la felicidad de los demás. Se rompió Diego Ventura, al que la emoción le pudo y le salió del alma. Y lloró. Seguro que por Remate, su caballo, su amigo, que se acaba de ir, pero también por lo que, como tantos otros caballos, supone Remate de culminación de una vida entera, de caballos únicos, soñados y, al fin, conseguidos. Caballos increíbles a los que dedica cada uno de sus días y que, a cambio, le corresponden con tardes como la de hoy, de una emoción tremenda que quienes la han vivido in situ no olvidarán jamás.

En su conjunto, pero, sobre todo, por la faena de Diego a su segundo, al que, tras brindar a su hijo Jaime, recibió a portagayola con Guadalquivir para clavar sin más demora, en el primer encuentro y luego hacerse con la embestida del astado envolviéndolo en su mando y en su voluntad apenas en un par de metros de espiral mágica. Arrancó entonces el pellizco del fandango de Huelva interpretado desde el tendido por la cantaora onubense Ana de Caro. Una letra dedicada a Remate, que le llegó al alma a Ventura, que ahí se rompió. Y desde ahí, todo fue ya corazón. Corazón roto y desbocado. Como cuando Diego suelta de las riendas a sus caballos y les deja hacer. Un corazón roto de tristeza íntima, pero que actúa en el jinete de La Puebla como un espolear el alma: doliente, pero le da alas para derramarse. Y se derramó con Velásquez haciendo del temple una bendición del cielo al servicio del toreo. Y se derramó con Sueño, obrando lo imposible, inventando espacios donde no los había para irrumpir y emerger. Como tantas veces el propio Diego en su carrera… Asumiendo riesgos que parecieran una locura salvo para su corazón y su cabeza privilegiada. Corazón y cabeza que más parece que transmite a sus caballos de tantas horas juntos, de tantos sueños juntos. Soñó Diego Ventura lo imposible con Sueño y los sueños se hicieron realidad mientras la gente se frotaba los ojos preguntándose si aquello podía ser verdad. Y verdad es. Faltaba la rúbrica que no podía ser menos que todo lo demás y no lo fue. Lo hizo con Guadiana, en un par a dos manos sencillamente perfecto en todo antes de cobrar un rejón detrás del cual se fue, por supuesto, con el corazón. Mientras la plaza pedía el rabo de forma multitudinaria y el palco lo concedía, se sentó Diego Ventura en el estribo de Linares a llorar. Roto. Vacío, tal vez después de darlo todo, de dejarse todo. Como tantas veces antes, pero como nunca también. Porque hoy había muchas cosas detrás de esas lágrimas de hombre y de torero…

Antes, había templado cumbre Diego a su primero con Joselito, llevándolo cosido ya a una cuarta y levantando al público apenas con el recibo. Clavó un rejón y lo cuidó muchísimo en el primer tercio antes de iniciar el de banderillas con Nazarí, con el que dejó un pasaje brutal después de que le cantara también Ana de Caro. Nada más terminar su interpretación, se fue Ventura galopando como una exhalación hacia el toro para frenarse a escasos centímetros, absorber toda la embestida, batir y dejar una banderilla que, otra vez, puso en pie al público. Eso, ejecutar las suertes al límite de lo posible, hizo después ya con Lío, en varios pasajes donde el jinete clavó al quiebro en versiones diferentes. Ya galopando hacia el toro para frenarse de nuevo en la cara, ya a caballo parado y citando muy en corto. Con Bronce, ejecutó otra exhibición de toreo de muy altos quilates sin cabezada, pisando esos terrenos donde tan a gusto se siente, clavando entre los pitones y entre los pitones quedándose para desplantarse dejando que el caballo obrara en libertad. A pesar de los dos pinchazos previos con Guadiana, cortó una oreja pedida con mucha fuerza por el público.

Luego vino todo lo demás, lo ya contado. Lo ya vivido. Lo ya inolvidable. Daba Diego la vuelta al ruedo junto a su hijo Jaime portando el rabo que le había cortado al quinto. Y, como antes la gente en el tendido, se frotaba los ojos Antonio, el abuelo, el maestro, desde el callejón, con un nudo en la garganta y sosteniendo a duras penas las lágrimas. Lágrimas de hombre y de torero también. Lágrimas desde el corazón. Como Remate se merecía. Como hoy toreó para él Diego Ventura: de corazón…