Cuestión de magisterio
HUELVA
Se le había escapado el premio en su primero por mor del rejón de muerte, así que salió Ventura a por todas en su segundo. Tan a por todas como que lo esperó emplazado en los medios para clavar sin prueba alguna, según salió el toro de Pereda que, primero, perdió las manos, y, después, le cortó el viaje una exageración a la cabalgadura. Pero le aguantó Diego le envite con Guadalquivir, que absorbió sin pestañear la embestida sin medida para, en un suspiro, clavar y sortear que el burel lo arrollara. A la Plaza de Huelva se le encogió el alma y, hecho lo que pareció el milagro, se quedó mirando al tendido, aún sorprendido, como preguntando: “¿Lo habéis visto bien?” Fue una barbaridad de inicio de faena del cigarrero a se segundo de su lote, que fue reservón y al que le costó ir hacia adelante. Justo esa condición de su oponente, le dio marchamo de gran mérito a las banderillas al quiebro ejecutadas con Fino muy en la corta distancia por lo que el toro esperaba. Y aún tuvo un mérito mayor las dos vueltas al ruedo con Nazarí, con el de Pereda prendido al estribo del rejoneador como si un imán lo hubiese pegado a él, a milímetros. Soltaba la cara el cuatreño y no lograba nunca alcanzar la cabalgadura porque el ejercicio de pulso y de mando de Diego Ventura con Nazarí fue proverbial. Clavó en una moneda las tres cortas con Guadiana antes de la pega de los forcados de Alcochete y, tras ella, mató Ventura en segunda instancia, lo que no fue óbice para que La Merced le pidiera las dos orejas que le abrieron una nueva puerta grande.
Su primer toro fue noble, pero no tuvo constancia en su embestida. Lo mejor fue cómo reaccionó al pulso que le planteó el jinete, que lo esperó a portagayola con Generoso con la garrocha. El colorao de Pereda se hiló al regatón y se fue con pies tras el caballo hasta en dos vueltas completas que, ya entonces, levantaron los tendidos. En adelante, fue el toro perdiendo gas y yéndose a menos, lo que jugó contra el mismo nivel de intensidad de la faena. Con Fabuloso, clavó Diego al quiebro con el ajuste exacto para que la reunión no se viera amenazada porque el burel ya esperaba. Con Velásquez, de igual modo, se lo metió el rejoneador debajo del estribo para clavar son solvencia y pureza. Se cobró un rejón por arriba, pero del que el toro se amorcilló, lo que le obligó a utilizar el descabello. Y lo hizo con empaque y torería, nada de hacer de aquello trámite alguno. Bastó un golpe de verduguillo para certificar su actuación, premiada con una cerrada ovación.