Un caudal de cariño, un torrente de maestría

18/11/2018
TIJUANA
Oreja y dos orejas
Lebrija
Para empezar, la corrida comenzó con más de media hora de retraso. El motivo, las colas impresionantes de público que se generaron para acceder a la Plaza de Toros Caliente de Tijuana, en una estampa nunca antes vivida en ella. Todo eso, al tiempo que se colgaba el cartel de “Boletos agotados”, una confirmación más de la tremenda expectación levantada por Diego Ventura en esta ciudad desde el mismo momento de su llegada hace unos días, cuando ya fue recibido por decenas de aficionados en el aeropuerto. Un cariño que se tradujo también en el enésimo reconocimiento que le brindaron tras el paseíllo en nombre de la Peña Taurina de Tijuana sobre el ruedo de la Plaza de Toros Caliente. No le puso nada fáciles las cosas el abreplaza de Lebrija que le cupo en suerte. O en mala suerte, en este caso, ya que fue un ejemplar desabrido siempre, áspero y complejo, poco propicio para el rejoneo en general y para el concepto de Diego Ventura en particular. Él que precisa de un toro, sobre todo, que se mueva, pero que lo haga con franqueza, hubo de apechugar con este primero, que fue duro y desclasado hasta convertir la lidia casi en pelea. La ganó el torero, que impuso su inteligencia y su magisterio para dominar terrenos, pisar en la incertidumbre de las cercanías menos ciertas y ganarle siempre la acción a su oponente, que lo fue de verdad. Tras pararlo con Jaguar, le enjaretó una faena en banderillas de valor y de poder, de torear mucho entre los pitones, con Bronce, que es belleza pura y natural aun en los pasajes más comprometidos de cada faena. El público de Tijuana entendió las dificultades del astado y lo decidido de Ventura, por lo que le premió con la primera oreja. Dos obtuvo de su segundo, igualmente de Lebrija y también complicado. Un toro reservón y sin clase, que aguardaba como distraído, pero que, una vez hecha la suerte, se quedaba luego debajo y derrotaba defendiéndose, lo que evitarlo tuvo mucho mérito por lo muy cerca que se lo pasó Diego, justamente, al hacer cada suerte y al salir de ellas también. Fue clamorosa la forma en que el público vivió la faena, cómo supo entenderla y, por ende, valorarla después de haberla vivido con esa pasión tan mexicana. Tiró el jinete la moneda al aire tantas veces como fue preciso con tal de corresponder con lo mejor de sí a ese caudal de cariño de la afición tijuanense. Lo hizo con un torrente de maestría y de entrega sincera, construyendo su obra desde la base de la lidia necesaria, pero revistiéndola también de ese intenso sentido del espectáculo total que Diego Ventura lleva asido a su espina dorsal. Sin pausas ni tiempos muertos, todo unido con el hilo conductor de una composición a más en todo. Se fue con Bombón a portagayola con la garrocha para recibirlo después de haberlo brindado a El Chore, un empleado de esta plaza de Caliente, que se encarga del cuidado de los caballos. Con dos de ellos cimentó el rejoneador cigarrero su triunfo. Primero, cómo no, con el infalible Bronce, con el que, por ejemplo, clavó un soberbio par a dos manos. Como lo fue también, la banderilla al quiebro y al violín que ejecutó con Gitano para luego salir de la cara –aunque no saliera porque se quedaba en ella- con piruetas de ajuste eléctrico. Mató enseguida y se alzó con el doble galardón para redondear otro triunfo grande. Porque Tijuana no merecía menos…