Con todos los toros, en todas las plazas

25/09/2022

VERA
Dos orejas y ovación
Torrestrella y Fuente Ymbro

 

De nuevo se retaba hoy Diego Ventura con ganaderías y encastes de los que no suelen verse en las corridas de rejones y otra vez demostró que el toreo a caballo de hoy en día y del futuro que viene acepta sin problema alguno, justo eso, otras ganaderías y encastes. Se trata de propiciar la variedad y la diferencia, de primar el interés para el público acentuando el espectáculo que sucede en el ruedo. El torero de La Puebla del Río así lo reclama de palabra y, sobre todo, con hechos y la objetividad de éstos últimos demuestra que, en la temporada en que más variedad de hierros está introduciendo, acumula más tardes del mayor nivel conocido.

Hoy cuajó al ralentí a su primer toro de Torrestrella, que fue noble y tuvo un son templado que Diego multiplicó y mejoró gracias a su faena a la que imprimió un tacto de seda cara. Ayudó mucho al toro a afianzarse y a romper hacia adelante con Campina de salida. Y la clave soberbia e infalible fue la forma en que lo toreó con el genial Nazarí. Fue de una belleza cristalina la manera en que lo recogió en los medios, se lo ató al estribo, lo condujo a los terrenos al hilo de las tablas y, ahí, con el burel absolutamente metido bajo el mando de Ventura, completó una vuelta total al anillo de Vera a un ritmo sostenido que embelesó al propio torero, quien, al soltar la embestida, enfrontilarse con el toro muy en corto y clavar, celebró lo hecho lanzando su sombrero al cielo almeriense. Una genialidad de envite que marcó la cima de esta primera obra. A continuación, fue el turno de Lío, otro puntal de esta temporada memorable. La exactitud y precisión con que Diego Ventura hace la suerte de clavar al quiebro en sus diferentes versiones en función de los terrenos y planteamientos parece sencillamente insuperable. Desde luego, la emoción que transmite a los tendidos marca algunas de las cotas más altas de sus faenas. Cobró un certero rejón con Guadiana y se alzó con las dos orejas que le garantizaban su cuadragésima puerta grande de la temporada en las 47 corridas toreadas. La proporción de triunfos, pues, vuelve a marcar un hito en la historia reciente del rejoneo.

El toro de Fuente Ymbro ofreció mucho menos que el de Torrestrella. No se enceló nunca, se rajó y buscó el abrigo de las tablas y, cuando acometió, lo hizo con actitud levantada, a la defensiva. Pero fue la de Diego Ventura una lidia impecable desde el recibo con Guadalquivir. Trató al toro como si fuera mejor de lo que fue. Por ejemplo, lo acarició como queriendo convencerlo con Nómada. El de Fuente Ymbro se iba a su guarida y allí iba Nómada a buscarlo para sacarlo, al menos, al tercio con un tacto y una despaciosidad sobresalientes. Y con Bronce, se la jugó con valor callado lanzando al aire la moneda de la suerte cada vez que Diego se metía entre los pitones del toro y se los dejaba llegar a los pechos del caballo, que, lejos de aliviarse, se quedaba en el envite, lo aceptaba y lo vencía con esa solvente brillantez que es propia de Bronce, con el que Ventura puso la plaza hirviendo. Clavó cortas al violín con Guadiana, pero pinchó dos veces antes del rejón final, lo que le hizo perder la recompensa ganada. Pero la constatación estaba escrita: el toreo a caballo de este tiempo y del futuro que venga acepta más alto su techo y más lejos su horizonte. Por ejemplo, el del toro con que se haga.