Bronce ya es de oro

22/08/2018
CUENCA
Ovación y dos orejas
Pallarés y Benítez Cubero
Se llama Bronce por el color de su pelo, pero su corazón y sus actuaciones tarde a tarde le están convirtiendo en oro puro. El propio Diego Ventura reconoce que no esperaba tanto de él, que le tiene entusiasmado por la forma en que está creciendo y se está consolidando como uno de los pilares de su cuadra. Normal, porque Bronce lo tiene todo. Un sentido del temple innato que desemboca en una seguridad impasible ante la cara de los toros. Esa misma por la que se desenvuelve con una facilidad pasmosa. Como si fuera su hábitat natural, su espacio vital. Pisa terrenos prohibidos y los conquista. Y, en ellos, impone el ritmo y el tempo. El mando. La autoridad. El toreo. Muy despacio, rítmico, asolerado, de una luminosa elegancia. Clase pura. Y ello hace que, ante el aficionado, al poco de estar en la plaza y de dominarla, más que Bronce, parezca oro. Tarde a tarde, lo viene demostrando en la que está siendo la temporada de su irrupción y de su revelación como mucho más de lo que cabía esperar de él. Ante el toro bueno y ante el toro malo. Con Bronce, el toreo o la lidia –según se precie en cada momento- es un deleite para los sentidos de los aficionados. Todo lo hace bien y por eso se ha convertido en el puntal de Ventura cada día de toros. Ejemplos hay un montón. Tantas como últimos días de los que repasar las crónicas. Su nombre siempre aparece subrayado. Hoy también. Salió en el segundo toro, un buen ejemplar de Benítez Cubero, al que cuajó en cada uno de los terrenos, en cada fase de su intervención en la faena. Toreando de costado, toreando por la cara, toreando con todo el cuerpo en muletazos latiendo desde el cuello hasta la cola. Elegancia pura, clase infinita. Un caudal de torería, de buen gusto, de esencia impregnada de hermosa estética. Bronce ya es de oro y hoy también lo demostró en la faena de las dos orejas de Diego esta tarde para ponerle el mejor broche a la feria conquense de San Julián. Ya de salida, toreó el jinete a placer al cubero con Lambrusco y, de nuevo en banderillas, entusiasmó a la concurrencia con Quillas, que le puso la guinda espectacular al toreo más puro que Bronce había hecho antes. Esta vez sí, rompió Ventura la maldición que le venía persiguiendo con el rejón de muerte, ejecutó uno fulminante con Toronjo y abrió de golpe la puerta grande – ya van veintidós esta temporada- de Cuenca. Justo por pinchar había perdido premio en su primero, un toro noble, pero de fuerzas justas, lo que le restó gancho con el tendido a lo que hizo durante su faena, que inició con Campina. El gran momento llegó con Nazarí, con el que ya nada sorprende pero todo sigue deslumbrando. Porque la capacidad que tiene este caballo de dominar con tamaño sentido del temple la embestida de los toros, su forma de apoderarse de ellas como si fuera un imán, de atárselas, de multiplicarlas, de cogerlas aquí y soltarlas allí… Una pasada, una gozada, una exhibición en toda regla que arranca de pronto el run run de expectación grande entre la gente mientras que Diego Ventura, en una demostración de simbiosis absoluta, de fusión total con el caballo, torea a la par que se desplanta mostrando a la gente el milagro del temple en estado sumo que obra cada vez que pisa una plaza a lomos de Nazarí. Eso, antes de dar forma a la interpretación exacta de cómo cuartear llevando toreando la embestida del toro sin irse del embroque, sino imponiendo cuándo empieza y hasta dónde dura. La exhibición de Nazarí tuvo la continuación de otra más, la de Lío, al clavar al quiebro en espacios imposibles. Exprimió Diego las prestaciones de su oponente y mereció recompensa, pero no le acompañó el mismo acierto con el acero final. De ello se sacó luego la espinita para sumar otro triunfo de puerta grande a un mes de agosto apabullante.