Apoteosis en Sanlúcar

05/03/2022

SANLÚCAR DE BARRAMEDA
Dos orejas y dos orejas y rabo
Pallarés

 

Diego Ventura se ha propuesto hacer de su temporada 2022 un verdadero acontecimiento. De principio a fin, en la línea arrolladora e inapelable de las últimas también, pero mejor aún. Su hambre tiene ya que ver con la excelencia, con hacer historia, con encumbrarse a la gloria misma del rejoneo. Está feliz y eso se le derrama en la plaza. Está pletórico y lo comparte haciendo de cada tarde de toros un episodio absolutamente inolvidable. Hoy pasó también en Sanlúcar de Barrameda, ante reses de Pallarés, encaste Santa Coloma. Un par de toros exigente de verdad. Buenos, pero exigentes, que no regalaron nada, que correspondieron a cambio de superar esas fronteras donde los toros bravos se entregan sin remisión.

Cortó Diego cuatro orejas y un rabo, que pudieron ser cuatro y dos rabos, apenas por el matiz de un pinchazo con el rejón de muerte a su primero, un animal al que cuajó sin remisión, desde el recibo a portagayola con Guadalquivir, un lance sencillamente cumbre, de una verdad abrumadora, que supuso un primer calambrazo de emoción del que la plaza ya no se recuperó. Dejó entero al de Pallarés con un solo rejón de castigo para jugársela en banderillas con una emotividad inusitada. Porque el astado iba muy de verdad, con todo, y con todo lo esperaba y lo toreaba Ventura en cada compás. Como en las dos banderillas ejecutadas con Velásquez, tan de poder a poder, tan en la frontera también, con el toro metido bajo los pechos y saliendo con piruetas que parecían milagros. Justo lo que fue el quiebro en los medios con Lío, clavada la cabalgadura y asumiendo la embestida en torrente del burel para quebrarlo y clavar sin enmendarse. Un escándalo de precisión que, otra vez, le dio la vuelta a la Plaza de Sanlúcar. El carrusel de cortas al violín con Guadiana tuvo ligazón y el ajuste innegociable y, dicho queda, solo el pinchazo previo al rejón final le dejó sin el rabo que se había ganado.

Y como no es torero de quedarse con nada dentro, el rabo cortó el jinete de La Puebla del Río de su segundo oponente. Otro ejemplar de mucha exigencia de Pallarés. Exigente por bravo y por cómo se movió, lo que le imprimió a la faena también altas dosis de emotividad. De nuevo lo dejó casi crudo con el único rejón con Generoso de salida para luego bordar el toreo de costado con el infalible Nazarí, siempre excelso, siempre perfecto. Esa forma en la que pulsea los tiempos para encelar y llevar prendidos a los toros en tan escasos milímetros... Fue el prólogo a la exhibición arrolladora con Bronce, como Nazarí, un caballo absolutamente fundamental para entender el rejoneo de este nuevo tiempo, de esta época. Torear a caballo es lo que hace Ventura con Bronce. En mayúsculas. Pasarse a los toros por los pechos, quedarse en la cara con esa suficiencia, mandar ahí, pisar terrenos tan imposibles… Y, para más inri, el corolario de ese par a dos manos sin cabezada, en los medios, a caballo parado y despacio, muy despacio. Fue la locura en el coso sanluqueño antes del rejón final, la rúbrica exacta a una obra excelsa para abrochar otra tarde apoteósica de Diego Ventura en Sanlúcar de Barrameda.