Héroe

26/02/2023

MÉRIDA
Ovación y dos orejas
Marrón

 

Un monumento al toreo. A sus valores más propios, a lo que lo hace único. A lo que convierte a los toreros en héroes. En seres especiales que hacen lo que nadie. Porque hay que ser muy especial y un héroe para completar el tremendo esfuerzo físico que Diego Ventura hoy en Mérida y medirse a dos toros, cuajarlos y triunfar frente a ellos con el peroné de una pierna fracturado. Prometió que lo haría y lo ha hecho. Y al hacerlo, ha honrado al toreo. Y ha demostrado por qué los toreros son héroes, seres especiales que hacen lo que nadie. Y ha emocionado al público. Y se ha ganado para siempre su respeto y reconocimiento. Como figura histórica del toreo en tiempo presente. Diego Ventura hoy en Mérida se ha hecho justicia a sí mismo y, sobre todo, se lo ha hecho al toreo en un país que ahora lo necesita más que nunca.

La imagen de Diego sosteniéndose apenas en pie, con dos muletas recogidas en una de sus manos mientras que con la otra agradecía el cariño unánime de toda la plaza resume sola lo que ha sido y lo que ha supuesto la que ha hecho hoy en Mérida. No cabe más grandeza ni más humildad en una sola estampa. Era el broche perfecto para una faena de vellos de punta. De principio a fin. Desde que el rejoneador de La Puebla del Río se perdió por el callejón camino del patio de cuadrillas con evidentes signos de dolor y de merma física apoyado en esas dos mismas muletas. Y hasta cada uno de los compases de su obra al toro Sinverguenzón, de la ganadería de Marrón, el último de su extraordinaria campaña mexicana. Un toro noble, pero del que hubo de tirar en todo momento, encelarlo y llegarle siempre arriba para que acometiera. Fue con Velásquez, ya en banderillas, con el que cuajó pasajes sublimes, tanto en el toreo de costado por dentro, como en los quiebros de ajuste máximo. Ni un alivio, ni una concesión a nada que no fuera auténtica pureza. Pura verdad. Luego, con Gitano, puso la plaza en pie al clavar al violín y al pitón contrario y al salir de los embroques con piruetas absolutamente en la cara. Además, muy pegado a tablas. Otra vez, sin alivio alguno. Más bien, todo lo contrario: arriesgando y apostando para ganar por todo lo alto. Culminó Ventura su prodigio con Fado en un último tercio de una ligazón total con las cortas y las rosas antes de un certero rejón, que terminó por hacer explotar toda la carga emotiva de la gente. Su vuelta al ruedo montando a Fado porque no podía andar, con las dos orejas en la mano, con los tendidos puestos en pie, fue hermosa e inolvidable. Tanto como esa imagen última del héroe apenas sosteniéndose en pie, pero, en cambio, volando…

Fue su primera una faena de premio grande, tanto como despacio toreó al ejemplar de Marrón, con el que Diego Ventura pareció parar el tiempo por momentos. Sobre todo, con Fabuloso de costado y por dentro. Hasta tres vueltas al anillo completó con el toro imantado a su mando, prácticamente al paso, tirando como con hilo de seda de la nobleza del toro, al que le costaba emplearse, pero al que enceló con esa varita mágica que es el temple. Cambiaba de costado y se metía por dentro entre el toro y las tablas sin una sola brusquedad, igualmente al paso, muy lento, desnudando a los ojos de la gente cada tiempo de la suerte. Luego, con Bronce, hizo lo mismo, es decir, torear sin tiempo alguno, pero sin distancia también. A milímetros la acometida del toro del estribo del torero. Olvidado Diego de que su pierna derecha estaba muy dañada. Dio igual porque se lo dejó llegar tan cerca como siempre, tan arriba. Tenía a la gente completamente entregada, pero pinchó con el rejón definitivo y por ahí se quedó sin recompensa tangible. La mereció y a lo grande.