Ventura recupera el áurea del triunfo

16/02/2019
SAN LUIS POTOSÍ
Oreja y dos orejas
El Vergel y Julio Delgado
Se hacía extraño no ver a Diego Ventura envuelto en el áurea del triunfo. Le venía pasando por distintos motivos en sus últimos compromisos mexicanos, una tendencia que quedó hoy rota en mil pedazos por el reencuentro más que feliz del rejoneador con la Monumental El Paseo-Fermín Rivera. Había pasado ya por aquí en noviembre el Genio abriendo la puerta grande y esta noche la derribó a golpes de eso, de genialidad. Fue una actuación global con el sello indeleble de Ventura. Arrebatada y arrebatadora, imponente e impecable, vibrante y mágica, en la que el toreo a caballo emergió al peso de muchos quilates en pasajes deslumbrantes. Como el oro, que deslumbra por naturaleza. Como Oro, el caballo con el que Diego se ha reencontrado en este regreso a México para convertirlo en uno de los referentes de su campaña azteca. Aunque fue noble, le faltó un punto más de raza al ejemplar de Julio Delgado, lo que no fue óbice para que Ventura le hiciera de todo. Así las cosas, el tercio de banderillas con Oro tuvo el atrevimiento de quien no conoce de medianías cuando se pone en aras del triunfo y su áurea. Y toreó Diego de costado llevando muy cosido al toro, embebiéndolo y esculpiéndole el fondo para sacar lo mejor de él. Y se metió por dentro una y otra vez, barbeando tablas casi, desafiando y retando, imponiendo y ofreciendo la grupa como los vuelos de un capote. Clavó de frente también después de citar muy en corto y haciendo de la batida al pitón contrario el mismo arranque de la suerte. Con Gitano fue todo una locura. Impresiona al público cómo se hace tan grande en la plaza un caballo por naturaleza de recortadas dimensiones. Pero se agranda y hace suya toda la escena cuando clava al violín luego de quebrar y en cada pirueta con la que es capaz de detener el viaje del toro para imponer su voluntad. El carrusel de cortas con Prestigio fue la prolongación exacta de todo lo ocurrido hasta entonces. Y sus levadas, tan espectaculares y prodigiosas. Fue certero Diego Ventura en la rúbrica y la plaza, casi llena, se le entregó con la misma pasión con que había vivido la faena. Dos orejas paseó el torero envuelto en ese áurea del triunfo tan suya, tan propia. Tuvo su primer toro –Paisano, de la ganadería de El Vergel- una nobleza deliciosa y un son de caramelo, acompasado, sostenido, por igual, con lo que Diego Ventura construyó una obra que fue un puro deleite. Se le derramaba el temple por todos lados a cuanto ejecutaba el rejoneador, que hacía de cada suerte un tiempo sin fin para sumar con todas ellas una exhibición de capacidad total. Ya de salida con Bombón tuvo ocasión de probar las virtudes del toro, al que hizo bueno de verdad en el núcleo que fue el tercio de banderillas. Con Colombo primero: ya fuera toreando de costado en recorridos al anillo en un derroche de pulso líquido, ya por la cara dejándose llegar al máximo los pitones para torearlos casi acariciándolos. Terso poder. Y luego Bronce… Un caballo para el que se van agotando los calificativos. Fue la revelación de la histórica temporada de 2018 y está firmando una campaña mexicana a la altura sólo de los mejores del momento y de muchos momentos de la historia reciente del rejoneo. Bronce es un cofre lleno de virtudes que se funden en él con absoluta naturalidad. Todo fluye, ante el toro malo y ante el bueno. Como este Paisano, con el que literalmente se fundió por momentos, colocando la cara con una clase deslumbrante a milímetros de la testuz. Puro virtuosismo de Ventura. Valor sin cuentos y pureza sin condiciones: el torero y su caballo dados por entero al placer de torear y hacerlo allí donde nadie pisó. Increíble tamaña fusión, semejante compenetración de un hombre con un animal, de un jinete con su caballo. Lo de Diego Ventura y Bronce hace tiempo que superó los límites de lo posible. Vean si no las imágenes que ilustran este relato porque hablan por sí solas. Ya fuera toreando de costado, ya citando a escasos dos metros del burel y arrodillado de manos, ya fuera quedándose ante el balcón donde todo es a cara o cruz, ya, incluso, clavando al violín, cada pasaje de Diego con Bronce tuvo el marchamo de lo insuperable. Cómo sería la cosa que, aun pinchando una vez, el público que casi llenaba la Monumental El Paseo-Fermín Rivera se le entregó por entero y le concedió ese trofeo inapelable e indiscutible.