Ventura, el torero sin guión

06/09/2019
ZAFRA
Oreja y dos orejas
Fermín Bohórquez
 
No hay guión previsto en las faenas de Diego Ventura. Simplemente, surgen. Él ve salir el toro, lo calibra y se le encienden entonces las luces de la fantasía para hacer lo que nunca hizo nadie, sobrepasando todos los límites, rompiendo todos los cánones, sin más regla que la de la pureza llevada a su máxima expresión, que es justo lo que le lleva a sobrepasar todos los límites. Tan no hay guión en las obras de sello venturista como que hoy cuajó a lo grande a un buen toro de Fermín Bohórquez que hizo quinto cimentando todo el tercio de banderillas en dictar una cátedra sobre cómo clavar al quiebro. Que no es esquivar, sino asumir la embestida entera de los toros, dejársela venir o ir a por ellas, torearla con los pechos del caballo y culminarlas en el punto donde la reunión es fusión. Yendo al encuentro o dando todas las ventajas al burel a fuerza de concederle todos los espacios y todo el tiempo. Sorprendiendo siempre, sumergiendo al espectador en la interrogante de no saber qué vendrá ahora. Hace tiempo ya que Diego se rompió la camisa de lo establecido para imprimir su manera de crear de un absoluto sentido de libertad. No hay canon, ni guión, sólo fantasía y, por ella, toreo. Sencillamente cumbre, genial el Genio ante ese quinto que exprimió de genialidad en genialidad. Cayó la plaza y sonó la voz rasgada de lo jondo para que Diego creara. Sublime lo suyo. Inapelable, como el rejón de muerte que le puso en las manos el doble premio. Antes pudo haberlo conseguido de no haber tenido que descabellar a su primer toro, con el que ofreció otra lección: la de cómo torear de costado y templar las embestidas, la de cómo abrir rendijas imposibles por donde meterse con el caballo por más que pareciera que no cabía, la de dominar la voluntad de los toros tan a las primeras de cambio. Lo hizo cuantas veces quiso para felicidad del público, que se le entregó en la misma medida en la que el torero de La Puebla del Río generaba pasajes sorprendentes. Los dos golpes de verduguillo que precisó le redujeron el premio, aunque la cátedra ya estaba impartida.