Ventura desata su arsenal de fantasía

13/05/2018
OSUNA
Dos orejas y dos orejas
Luis Terrón
Y van cinco de cinco. Cinco puertas grandes en las cinco corridas que, por ahora, conforman la temporada de Digo Ventura. Cinco triunfos, cinco salidas a hombros, cinco constataciones de que el Genio está desatado. En su año veinte, el año veinte en la época de Ventura. No tardó Diego en poner la tarde de su parte. Tan pronto como en su primer toro, al que cuajó una gran faena, sobre todo, en un tercio de banderillas sublime. Llegó después de que el jinete brindara su obra a Luis Muriel, delantero colombiano del Sevilla Fútbol Club, presente en los tendidos de Osuna junto a toda su familia y tras recibirlo con Guadalquivir. Fue a partir de ahí cuando Ventura sacó a Nazarí y los dos genios se juntaron para obrar un tercio soberbio, sublimando el temple como siempre y como nunca. Explicitando que el uno ha nacido para el otro y, ambos, para el toreo. Hubo temple mayúsculo al clavar, tan reunido todo, tan compacto, tan metido el toro en el mando del torero. Y lo hubo también y, sobre todo, al conducir de costado, imantado el de Terrón al estribo de Ventura, hipnotizado, embebido, sin un solo tirón, con la medida precisa. Luego sacó a Lío y el lío se consumó porque Diego apuró más allá de lo que pareciera lógico para quebrar y clavar, frenándose en la cara, desafiando el embroque, absorbiéndolo de poder a poder, de frente, eléctrico, brutal. En un palmo de terreno y con el público con el corazón encogido. Ardía la plaza y Diego mantuvo el incendio en el último tercio, primero, con las cortas al violín con Remate, volcándose por completo en el lomo del toro. Luego, con el rejón de muerte certero y suficiente, que desembocó en el primer doble premio de la tarde. El segundo llegó en el quinto después de otra faena inmensa, total, un derroche de tantas cosas… Primero, con Lambrusco, con el que ya apostó Ventura por lo diferente al recibirlo y pararlo con la garrocha. Fue el grifo de la fantasía que se abría para ya no dejar de brotar más en una sucesión de pasajes de pura felicidad para el espectador. La que genera el toreo en estado puro, el que, a su vez, no dejó de brotar y de fluir en la forma de hacer de Diego Ventura, que entusiasmó con Fino en varias banderillas al quiebro donde no era posible cargar más la suerte ni batir más al pitón contrario y luego con Importante, que tantas cosas tiene del genio Nazarí. No podía faltar el colofón también genial del par a dos manos con Dólar, con la plaza de Osuna convertida ya en un manicomio de felicidad. Pero la caja de las sorpresas no se había agotado aún. Al mago Ventura le quedaba aún más magia en su chistera y a ella acudió para, como en Espartinas, rescatar un momento, una estampa, una suerte que, por lo visto hoy, para nada quedó en Espartinas en una mera prueba, sino que fue el principio de otra bendita locura en sus manos. Sacó Diego a Bronce y tomó un estoque para hacer la suerte a caballo y cobrar una estocada casi entera que supuso el broche de oro a la que es ya, seguro, una de las faenas más arrebatadas, competas y fantásticas –que viene de fantasía- de la temporada del cigarrero, de su año veinte. El año veinte de la época de Ventura.