Una tarde de enSueño

 
21/07/2019
SANTANDER
Dos orejas y ovación
Los Espartales
 
Venía de inspirar y de llenar una tarde para la memoria ayer en Mejanes, que fue como una especie de gran fiesta en honor al toreo a caballo. Pero hoy era la vuelta a la competición, al circuito de la temporada, al pulso diario de tantos días y de tantos años en pos de defender, mantener y acrecentar su dominio de la cúspide y esto se le notó en el brillo afilado del fondo de los ojos, donde se cuecen los objetivos más altos y más íntimos, con que salió a la plaza. Su aspecto, el lleno del Coso de Cuatro Caminos, denotaba cuánto se espera a Diego en el norte de España. Se daban, pues, todos los condicionantes para que fuera una gran tarde de rejoneo, a lo que ayudó, de forma definitiva, la extraordinaria corrida de Los Espartales, de la que sobresalió el lote de Ventura, con dos ejemplares excelentes, a los que cuajó de manera soberbia y redonda para disfrute propio y, como consecuencia, del público, que se llevó a casa una tarde de ensueño. El jinete cigarrero desorejó a su primer oponente tras una actuación sencillamente perfecta. Por su contenido y por su continente, por su fondo y por sus formas. Redonda sin matiz alguno. Tras imantar la embestida del toro en la baldosa sobre la que se doblaba con Campina, compuso un tercio de banderillas sencillamente cumbre con Sueño y con Nazarí. El bravo embestía con prontitud y un delicioso ritmo sostenido, pero también con la exigencia de eso, de la bravura. No hubo un solo segundo de prueba en cuanto realizó Diego con Sueño. La conjunción fue impecable y el toreo de costado tan a la distancia de un aliento para luego recortar y meterse por dentro y cambiar el viaje con ajuste tan increíble, absolutamente estratosférico. Bullían los tendidos con el clamor de la emoción iluminada por la apoteosis. Pero aún quedaba Nazarí, con el que Ventura tocó el cielo y soñó el toreo al conducirlo a dos pistas completamente metido en el mando del ritmo que él imponía para, después de completar el anillo, enfrontilarse muy en corto y ligar la suerte de clavar en todo lo alto sin pausa alguna. Todo mecido, como en una sinfonía, lo dicho, perfecta. El conjunto fue realmente hermoso. Diego volaba cuando salía de cada embroque sabedor del lío que estaba formando, sin duda, una de sus grandes obras de la temporada. El corolario fue el carrusel de cortas al violín con Remate, de precisión suiza, antes de cobrar un soberbio rejonazo y un no menos soberbio golpe de descabello que resultaron la perfecta culminación de una actuación mayúscula. Pero es que aún sobrepasó en el sexto la frontera de lo sublime, en una faena totalmente distinta, pero igualmente inolvidable. Lo fue desde el recibo a portagayola con Bombón garrocha en mano para cubrir hasta dos vueltas a la plaza con el toro cosido al regatón y la estela que iba cosiendo sobre la arena santanderina. Para soñar también la armonía y el compás en la embestida del burel, otro gran animal de Los Espartales, con mucha clase. Ventura puso la plaza como si fuera una caldera con tres banderillas al quiebro con Lío que fueron como frenarse al borde del precipicio y salir de él con enorme sutileza. Le siguió la estela Bronce, en ese terreno sin espacio donde manda como nadie y donde detiene el paso del tiempo para quedarse en la cara, desafiante, y torear a cámara lenta. La locura explotó con forma de felicidad al ejecutar un maravilloso par a dos manos sin cabezada con Dólar, cuya presencia en el ruedo fue, como tantas veces, un prodigio de doma y compenetración entre el hombre y el caballo. Era faena de dos orejas también, pero pinchó varias veces el rejoneador, e incluso, tuvo que descabellar y se quedó sin premio. Hubiera sido la rúbrica material a una tarde de plena felicidad espiritual. Una de esas tardes que llenan el alma de un torero, que prende y renueva las luces de sus ilusiones y le confirman que el camino de los sueños existen. Para él y para quienes le contemplamos con la admiración de saber que nunca antes pasó esto…