Pura verdad

10/11/2019
GUADALAJARA
Ovación, ovación y dos orejas
La Venta del Refugio y San Isidro
 
Otra vez, un ejercicio de raza. Otra vez, el inconformismo que le mueve. De nuevo, su no ser capaz de dejar las cosas a media. Siempre, el sentido de la responsabilidad y del compromiso con el público que le lleva a buscar la vuelta más de tuerca. Por eso pidió el toro de regalo, que lo fue de San Isidro. Y por eso puso toda la carne en el asador por hacerse con ese triunfo que él siente suyo. Y labró una faena marcada por la emotividad que emana de la verdad y de la entrega más sincera. Una faena de andar siempre cruzando todos los límites. Como cuando se fue a la búsqueda de cada embroque y se metió al toro bajo el estribo con Hebreu. En una de ésas, resbaló el caballo y cayó el jinete sobre su lado izquierdo, lo que le provocó un fuerte golpe del que se resintió dolorido. Tuvo suerte, con todo, de que el astado no se quedara con Hebreu y con él, pero el golpe fue importante. Y de ahí su dolor. Pero no fue excusa para que bajara el nivel de la intensidad y siguió toreando, mermado, pero toreando hasta rubricar una actuación emocionante en cada uno de sus tiempos. Con Bronce se inventó espacios por los que pasar entre la lógica y las tablas, ofreciendo el caballo su cara, sus pechos y su corazón a la ventaja del burel en esos dominios. Y con Dólar dejó dos pares de banderillas sin cabezada, cada uno de los cuales fue como un bocado, como un calambre en su brazo maltrecho que se agarraba por instinto, de dolor, sin que ello supusiera que dejara de hacer lo que tenía que hacer. Mató con rotundidad y se hizo, por fin, con las dos orejas que le abrían la puerta grande, aun cuando hubo de renunciar a ella por el dolor evidente de su brazo izquierdo, del que tuvo que ser atendido al terminar en un centro hospitalario de Guadalajara. Cuando se marchaba, la plaza le despedía como se despide a un héroe... Lo parado y desrazado de su primero le había dejado sin opción alguna por más que lo intentó todo por sacarle partido, por imponerse a tanta nada. Por ejemplo, con Bronce, con el que cruzó todas las fronteras buscando encender acometidas imposibles. Así que salió eso, encendido, ante el cuarto, también de La Venta del Refugio, con el que firmó una faena enorme de todo. De ambición, de maestría, de capacidad, de temple, de dominio de los terrenos más exigentes. Lo paró con Bombón antes de marcar entre Chalana y Frascuelo los extremos entre los que caben tantos años gestando la mejor cuadra de caballos de la historia. Uno, Chalana, el veterano que ha vuelto para dictar lecciones de valor que no se imposta, sino que se lleva en la sangre. Valor preñado de clase. El segundo, Frascuelo, uno de los últimos en llegar, muy joven aún, pero con hechuras, con maneras y con esencia de caballo grande. Fue una belleza verle llegar a la misma cara y torear con los pechos en suertes de gran pureza, de perfecta conjunción. No hizo si no Ventura poner con Dólar un broche impecable de emotividad que tanto trascendió al tendido. Pero pinchó. Y ahí perdió su premio, que se intuía grande.