La razón y la pasión

19/08/2018
ALFARO
Oreja, ovación y oreja con fuerte petición de la segunda
Ángel Sánchez
El toreo, para conmover, necesita por igual de la razón y de la pasión. En el orden que quieran. La razón, para atender a cuanto de ciencia tiene la Tauromaquia. La pasión, por cuanto aporta de emoción, ese temblor inevitable que hace inolvidables a las artes. Un temblor –esa emoción- que hoy se hizo presente y patente durante toda la tarde por la forma en que Alfaro acogió, arropó y se entregó a Diego Ventura. Se lo tienen negado por estos pagos de La Rioja, tierra sabia y muy taurina que hoy aprovechó que el de La Puebla del Río sí venía a una de sus plazas más importantes para declararle su pasión. Y con ella, como no puede ser de otra manera, vivió el conjunto de su actuación. Pasión para sentir y razón para entender las claves de las tres faenas de Diego a tres toros diferentes, pero que sirvieron en general, de Ángel Sánchez. Pasión para no aceptar que el palco no concediera la segunda oreja que pidió para él tras la faena al quinto toro. Una bronca importante, de indignación. Y razón para valorar que lo hecho por Ventura bien merecía ese segundo apéndice, también, como redondez de un balance final que se quedó corto para cuanto hoy compartieron Alfaro y Diego Ventura. Que habría sido un festín, de no haber errado en el rejón de muerte en sus tres faenas. Fue esta tercera una obra marcada por la ambición con la que el jinete cigarrero salió a por todas. Porque esos fallos en la suerte suprema le habían impedido poner el corolario justo a lo que estaba viviendo en Alfaro esta tarde. Así que sacó a Lambrusco para recoger a portagayola al toro con la garrocha, una evidente declaración de intenciones para culminar su tarde. La sorpresa llegó en banderillas, al sacar a Guadalquivir, un caballo hasta ahora clave de salida. Y si sorpresa fue que saliera, más aún cómo se desenvolvió Guadalquivir, que toreó de costado como si llevara toda la vida haciéndolo y clavó dos rehiletes yendo muy de frente al astado, con belleza y pureza. Dos virtudes que alumbran también a Bronce, un caballo que está creciendo a un nivel por encima de todo lo esperado. Contado queda ya en muchas de las tardes precedentes: su forma de torear por la cara tan en las cercanías, tan dejándose llegar los pitones, allí donde el valor y el temple son condición imprescindible para hacer el toreo con la mezcla de elegancia y verdad con que lo hace Bronce; ese mismo temple para ligar de costado y ese mismo valor para, como Guadalquivir antes, clavar dando los pechos y metiéndose al toro debajo… Estaba entregada Alfaro, que vibró luego con la aparición de Quillas, con el que apuró Diego hasta el extremo la levada para irse hacia el encuentro con su oponente. Tras las cortas, pinchó con Toronjo una vez antes del rejón definitivo, lo que no fue óbice en ningún caso para que el público se entregara igualmente a la petición del doble premio para Ventura. Una petición sostenida desde la razón y desde la pasión. Pero una de las dos –o las dos- se ausentó del juicio del palco, que sólo concedió una oreja con la consiguiente broca, importante bronca del respetable. La otra oreja de la tarde se la cortó el jinete cigarrero a su primer enemigo, de buena condición, que tuvo nobleza y que transmitió. Lo atemperó con sutileza a lomos de Bombón y le cuajó un espléndido y muy intenso tercio de banderillas con Fino y, sobre todo, con Bronce, que fue una muleta viviente para pasarse muy cerca al ejemplar de Sánchez, al que instrumentó bellísimos muletazos con su cuerpo, muy despacio y gustándose en el envite, como antes, de nuevo, toreando por la cara y dominando esos espacios reservados sólo a los privilegiados. Bronce lo es. Completó el último tercio Diego Ventura con Lobato en las cortas y pinchó también antes del rejón final, lo que redujo su premio a una oreja. La cruz que hoy fue la espada le dejó sin recompensa tangible en el segundo de su lote. Otro bueno toro de Ángel Sánchez, que Ventura cuajó desde el recibo con Campina y, especialmente, en banderillas con un Lío soberbio. Sus quiebros fueron un deleite por la emoción del cite, dando siempre la ventaja al bravo, y el control del tiempo y los terrenos para quebrar, clavar y salir, prácticamente, en el mismo movimiento. En una acción sincronizada y perfecta, acompasada y precisa, porque sólo puede ser así para que surja con la limpieza y emoción con que Diego la resuelve. Antes de ello, expuso los secretos y las virtudes del temple, ese don mayúsculo que es patrimonio de Nazarí y que lo mostró hoy en su capacidad para imantar al toro al estribo y recorrer con él casi todo el ruedo como en una coreografía exacta. Otra vez pinchó Ventura y esta vez su recompensa fue una fuerte ovación del público de Alfaro, en una demostración más de su cariño para con Diego Ventura. Al que esperaba con expectación y al que ha disfrutado con delectación. Tal y como procede a quien vive el toreo desde la pasión y la razón.