La mitad de su mérito

 
12/06/2019
MADRID
Ovación y oreja
Los Espartales
 
Paseaba Diego Ventura la oreja ganada a ley de su complicado segundo toro con la sonrisa que denotaba la satisfacción de quien sabía cuánto había costado obtenerla, pero con el fondo de quien nunca se conforma con la mitad porque siempre lo quiere todo. Cada día, pero más hoy. Porque era Madrid, porque era la Corrida de la Beneficencia –su primera vez en ella- y porque él es Diego Ventura. Pero falló la materia prima que todo artista precisa para extraer lo mejor de sí y componer su obra. Mansearon los dos toros y, peor aún, el segundo de ellos desarrolló ese peligro que no trasciende al público, pero que se ponía de manifiesto en la forma en que tapaba la salida a las cabalgaduras. Fue tarde de fajarse, de arriesgar, de no dejarse nada dentro, de ahondar en el hondo pozo de sus recursos técnicos y todo ello hizo Diego Ventura. Por eso no cabe mácula alguna a su despliegue. Por eso la recompensa que obtuvo se quedó a la mitad de su mérito. Tuvo mucha importancia la faena de Diego Ventura al segundo de sus enemigos, un toro que manseó siempre, que tapó las salidas y que se terminó parando. Pero, como queda dicho, era Madrid y no se dejó nada dentro con tal, primero, de responder a su propia autoexigencia y, segundo, de corresponder al privilegio de estar en la Beneficencia. Después de pararlo con Campina y comprobar ya ahí que el de Los Espartales no se iba a prestar demasiado, puso en liza a Nazarí, el dueño del temple, para sumergirse en el único terreno donde había opción de faena –la del mismo aliento del roce de los pitones- para torear de costado pulseando, además, el ritmo cambiante del astado, enfrontilarse muy en corto, batir y clavar. Sin dejar nunca de lidiar, de hacerlo todo a favor de las condiciones de su oponente, cada vez más agarrado al piso. Por eso hubo de llegarle tanto con Fino, desde el cite hasta el mismo embroque, que, incluso, en un par de ocasiones hubo de corregir por cuánto se ponía el toro por delante y le tapaba la salida. Con Bronce, aún redujo más las distancias, se acostó en la cuna de los pitones, perfilando la frente del caballo con la testuz del toro, doblándose apenas a tres metros para citar y quedándose, incansable, en la cara, toreando siempre, desafiando siempre, reduciendo el espacio que ya no cabía reducir más, lanzando al aire del compromiso más cierto la moneda de la verdad. El par a dos manos sin cabezada con Dólar fue el gran rugido de la faena, el momento en el que la gente se entregó de verdad. Fue perfecto. Tomado muy en corto, concediendo al toro la ventaja de la querencia para que acudiera, ganándole la acción sin irse de ella y clavando muy reunido al tiempo que, dicho queda, Las Ventas rugía. Exacta de todo fue también la rosa al violín que clavó luego con Remate, de nuevo, desafiando cómo de vencido se venía el de Los Espartales. Mató de otro excelente rejón cobrado en los medios y el toro cayó rodado. Madrid pidió la segunda oreja, pero el presidente no la atendió, con lo que la recompensa final para Diego Ventura hoy en su debut en la Beneficencia se quedó a la mitad de su mérito. Le ayudó muy poco su primer oponente a calentar la tarde en la medida en la que Diego quería y como puso de manifiesto al irse a portagayola con Bombón, con el que se metió, literalmente, dentro de la bocana de toriles con la garrocha. Pero el toro salió frío y a su aire y deslució el envite. Huidizo siempre, sí consiguió, en cambio, encelarlo a base de doblarse con él y fijarlo sobre los cuartos traseros, girando en una baldosa para que el astado no viera más que caballo. Tan parado, apostó Ventura de salida por Lío buscando de nuevo provocar la reacción de pasión en el tendido y clavó tres banderillas al quiebro de un ajuste máximo, sin alarde alguno más que la ejecución de la suerte llevada al límite de su pureza. Pero tampoco terminó el público de meterse de lleno en la faena hasta ese punto, que, en cambio, sí se disparó en ese conexión al sacar a Nazarí y coser a su estribo al de Los Espartales para conducirlo muy embebido toreando de costado para, sin solución de continuidad, clavar una banderilla completamente al hilo de los tablas. Fue como un zamarreo de Diego Ventura al ambiente inicial de la tarde, que, ahora sí, dio sus frutos. Pronto y ligado con las cortas a lomos de Remate, mató de un rejón entero a las primeras de cambio, pero el burel tardó en caer y la temperatura volvió a caer. La ovación final de Madrid al jinete sí transmitió reconocimiento a su capacidad lidiadora y a su actitud por maximizar las posibilidades a su alcance. Fue la tónica de toda la tarde.