Entrenar, torear, vivir en el paraíso

Es su refugio y lo es cada vez más. Su cuartel general, su bomba de oxígeno, su fuente de inspiración. El lugar donde se encuentra consigo mismo y respira y colma los pulmones para seguir en el camino de la perfección que tanto lleva recorriendo. Es Herdade da Pancas, frente por frente a Lisboa. Pancas es como un balcón desde el que se ve, primero, la naturaleza en grado sumo y luego, una de las ciudades más hermosas del mundo con el Puente de Vasco da Gama como conectando a modo de arteria una y otra. Un lugar envuelto por una luz especial. Que tiene la calidez de la vida cuando atardece y la añoranza que parece emanar de la propia Lisboa. Pancas es un fado hecho imágenes. Cada una más hermosa, más dulce, más bohemia, más rosa y celeste a la vez, más limpia, más luminosa, más tersa. Pancas acaricia el alma. Lo pone en su sitio. Lo encaja y lo acaricia. Por eso es su refugio, el refugio de Diego Ventura, y lo es cada vez más.

Después de Madrid y tras Palencia, la vorágine de la temporada le ha dado un respiro estos días y, claro, el hombre y el torero se cogieron de la mano para refugiarse en el paraíso. Porque Herdade da Pancas es el paraíso. Mire donde mire, Ventura sólo encuentra allí belleza. Su sueño cumplido. Por lo que vive hoy y por lo que siempre vivió. Sus caballos, con las madres amparando las futuras estrellas que ya han nacido y que se van forjando al ritmo preciso que marca el tiempo que no tiene prisas. El bravo de su ganadería: los novillos, las vacas, los sementales. La simiente de esa otra ilusión. Y los flamencos volando libres. Y las liebres corriendo libres. Y la vida siendo libre. Un monumento a la naturaleza. Herdade da Pancas es ecología pura, animalismo de verdad, la coherencia hecha actos y no sólo palabras. El destino de todos los esfuerzos del hombre que es Diego, su reino, la atalaya a pie de tierra desde donde otea sus próximos sueños. Y donde se pone en camino a por ellos.

La vorágine de la temporada vuelve. En apenas cinco días, tres nuevos compromisos: Soria, Évora y Zamora. Tres nuevos pasos al frente en la defensa de su reinado, en la construcción de su leyenda, en la alimentación de su propia fábula, de esa fantasía inconformista que mantiene a Ventura en Ventura. Tal cual. Como si nada tuviera, como si todo le faltara. Con el mismo fuego en la mirada, sólo que azuzado por tanto imposible ya en sus manos. En Pancas, Diego Ventura monta, entrena, torea. Y vuelve a montar, a entrenar y a torear. Sin pausa. Con fruición, como con dependencia. Con hambre. Con todo aquello que desemboca en ese océano inabarcable de la ilusión que no quiere más techos que el cielo mismo. Ése que es como una caricia en este rincón de Portugal, a veinte kilómetros de Lisboa, que los flamencos surjan con esa natural excelencia con que Ventura va tallando sus sueños. Y los sueños aquí parecen tan a la mano... Por eso es su refugio y lo es cada vez más.