Diego Ventura y la otra galaxia

27/08/2019
COLMENAR VIEJO
oreja y oreja
María Guiomar Cortés de Moura
 
No conoce de treguas ni de términos medios. Su marcha es arrolladora porque es el sello que la ha impreso a este tiempo del rejoneo que le pertenece. Plaza que quiere verle, plaza que le ve. En estado puro, sin paliativos, como una bella expectación que se hace realidad a los ojos ilusionados de una afición que ya le mira como un mito. Diego Ventura es como un motor generador de felicidad, que a nadie deja indiferente y que a nadie defrauda. Porque tiene el secreto y el sentido de lo que este espectáculo es. Lo domina de principio a fin, desde su entraña hasta su piel. Cada tarde es una exhibición de lo que nunca antes llegó a verse y su presencia es una garantía de espectáculo total que emociona a los públicos. Si no, que pregunten hoy en Colmenar Viejo, donde el jinete de La Puebla del Río ha desplegado todo su arsenal de tantas cosas para domeñar y resolver las cuestiones que le plantearon sus toros de María Guiomar Cortés de Moura, nobles ambos, pero a los que le faltaron algunas cosas para ser redondos. Dio igual porque Ventura puso todo y más de lo que faltaba para que aquello fuera así, redondo. Con su primero, dio un recital de torear despacio a caballo. Desde el recibo con Joselito, con el que le midió enseguida el ritmo al astado, como ya luego en un portentoso tercio de banderillas, donde eso, la lentitud, el pasarse al toro muy cerca y muy despacio, el degustar las suertes en cada uno de sus tiempos, el enseñarlas y el hacerlas con tamaña verdad, fueron las virtudes hecha rejoneo en la clase excelsa de Guadalquivir, en el valor sin condiciones de Lío y en la eficacia impoluta de Remate. Obra redonda culminada de un rejón entero que le valió el primer trofeo de la tarde. El que le abrió su puerta grande número veintisiete de este 2019 la logró de su segundo oponente, noble también, pero al que le pesaron sus 620 kilos. Le dejó un solo rejón de castigo de salida con Lambrusco para medir su fondo, pero en el segundo tercio no hubo pausa alguna desde el toreo de costado y los cambios de terreno metiéndose por dentro, muy cerca de tablas, con Fino hasta las banderillas que recetó con este mismo caballo después de citar muy en largo y batir cargando la suerte con un seguridad deslumbrante. Lo de Bronce –otra vez- fue todo una locura. Un maravilloso derroche de valor y de capacidad de este caballo con el que Diego alcanza límites desconocidos. Se funden de tal manera el hombre y el animal que forman un conjunto único con vida propia que pareciera latir al unísono. Hasta incluso que se mimetizaran de cuánto se ensamblan en esas pasadas que son pura armonía con el caballo suelto de las riendas, yendo porque quiere, y el torero suelto del alma, yéndose detrás de ese paso de más hacia el abismo que cada tarde da este caballo. Con la gente entusiasmada, llegó el corolario fascinante de hasta dos pares de banderillas a dos manos sin cabezada con Dólar. Distinto cada uno, complementarios ambos. Diferentes maneras de ejecutar una suerte que nadie había elevado a las cimas de perfección de Diego Ventura. Entre otras cosas, porque nadie había encontrado nunca un caballo como Dólar. Es una brutalidad el nivel de compenetración que alcanzan los dos. Tras el carrusel de cortas con Remate, cobró el cigarrero otro rejón que cayó algo trasero, pero que le fue suficiente para derribar a su enemigo y confirmar otro triunfo más, otra lección más. Sin treguas, sin términos medios, sin paliativos. De otra galaxia.