Una vez en la vida…

16/08/2018
MÁLAGA
Oreja y fuerte ovación
María Guiomar Cortés de Moura
   
Exhibía Diego Ventura el portento de su doma con Dólar adornándose con él con la única guía de las piernas mientras La Malagueta, puesta en pie, lo aclamaba al grito de “torero, torero”. De clamor, que es de donde viene aclamar. El pueblo, entregado al héroe que con una lidia perfecta, para aficionados y profesionales, le había ganado la partida a un toro que salió manseando y que no se empleó ante la garrocha del torero a lomos de Lambrusco y que se puso a la defensiva, tosco y agrio, luego en banderillas. Pero salió Fino a la plaza y el pulso fue apasionante. Se la jugó Diego con él a cada segundo, en cada lance. Se la jugó de verdad porque el ejemplar de Guiomar no quería cercanías y trataba de quitarse a puñetazos lo que le molestaba. Y lo que le molestaba era la grupa de Fino hecha bamba de una muleta viva, que se ofrecía una y otra vez pulseando su acometida mientras completaba una vuelta completa al anillo. Al trote el cuatreño hasta que decía nones y soltaba con violencia la cara. Lejos de aliviarse, tanto le insistió Ventura cada vez más en corto, que alguna vez sufrió el apuro de los pitones alcanzando al caballo. Pero era el precio que había que pagar por ganar. Y en ello siguió el cigarrero, siempre por la cara, paciente e inflexible, convencido de que ganaría. Lidiando al roce incierto de los pitones del Guiomar y en pasadas inverosímiles, sin espacio, a favor de la querencia hacia adentro del toro, que fueron un continuo cara o cruz. La primera banderilla con Fino fue de un mérito increíble por lo corto que citó sin dejar de pasar por la cara de su oponente y sin que éste se parara, pero, aún así, le batió a dos metros y clavó con una suficiencia de otra galaxia. Fue el momento en que Diego Ventura marcaba el punto de inflexión del pulso. Y lo había ganado. Las otras dos banderillas también con Fino fueron sensacionales: citando de largo, dejándose venir al toro al trote y perdiéndole pasos hasta el momento último de la reacción hacia adelante para embrocar y quebrar sin moverse del sitio, clavar y salir majestuoso. Un pasaje para escuelas de rejoneo el día que las haya. Esa labor de lidia académica con Fino la culminó luego Diego con Bronce, toreando también por la cara, dominando los terrenos que la lógica física dice que es del toro. Ya ganada la pelea, Diego Ventura se puso a disfrutar desplegando su arsenal de espectáculo total que se asienta en la base de una doma prodigiosa. Porque sólo así es posible esa levada que no termina nunca con Quillas –la sensación del verano- hasta llegar ante los pitones para hacer la suerte, yendo al toro, no yéndose de él. Y con Dólar, donde la simbiosis perfecta que forman torero y caballo, hombre y animal, enamora a los públicos. El de Málaga se puso en pie después del par a dos manos sin cabezada con Dólar, de dentro hacia afuera, yendo muy despacio al encuentro para pasar igual de despacio y clavar con ajuste milimétrico. Por eso se puso en pie La Malagueta al clamor de “torero, torero”, mientras Diego Ventura exhibía el portento de su doma. ¿Habría sido de rabo la faena de haber matado igual de sublime que había toreado? Pregunta sin respuesta objetiva. De dos orejas, ¡seguro! Y, por tanto, de puerta grande en otra plaza de primera. Pero el rejón entró defectuoso y el descabello, tan certero siempre, se le cruzó esta vez al jinete de La Puebla del Río. Se perdió el premio grande, el premio muy grande que Málaga le tenía preparado en pago a lo que acababa de ver. Como se decían dos aficionados en el tendido “de las cosas que ves sólo una vez en la vida”... Todo salió de su chistera ante el primero, manso y reservón. Lo notó Diego ya de salida, en el recibo con Guadalquivir, tercio que completó con un único rejón por cuanto que comprobó el escaso celo del toro de Guiomar. Sacó entonces al dueño de este tipo de situaciones que es Nazarí, con el que consiguió encelarlo y torearlo de costado, si bien, no fue sencillo imprimirle un ritmo sostenido al toro que, alguna vez, soltó algún que otro derrote seco, que Ventura y Nazarí evitaron con su sincronía natural. Tres banderillas clavó después de apurar mucho los encuentros al cuarteo y meterse al astado bajo el estribo. Sin estridencia alguna, con la elegancia que emana de lo absolutamente natural. El momento álgido de la faena lo protagonizó con Lío, en dos rehiletes al quiebro de mucha emoción. El primero, en la querencia del toro, muy pegada a tablas la cabalgadura con el astado viniéndose al trote y andarín, midiendo, a lo que Diego respondió aguantando el encuentro hasta lo máximo posible para quebrar y clavar en un único gesto. El segundo, citando muy en largo, galopando hasta llegar a dos metros, frenarse, provocar, quebrar, clavar y salir sorteando sin irse la acometida tarda del burel. Emocionada, La Malagueta saltó al unísono y se terminó de entregar a la ambición y a la capacidad magistral del jinete de La Puebla del Río. Cerró su obra con las cortas al violín montando a Remate, para luego recetar un rejón entero que tiró enseguida al de Guiomar. Málaga premió con una oreja la exhibición de dominio venturista.