A pie, pero en clamor

15/02/2019
MORELIA
Ovación y ovación
Llaguno y San Isidro
Caía de largo la noche sobre el Palacio del Arte de Morelia cuando Diego Ventura se marchaba a pie de la plaza. Lo hacía con el coraje aún rozándole por dentro por el triunfo que se le había escapado, pero abrazado por una cerrada ovación del público, que le reconocía así la importancia de su actuación. Deslumbrante con el toro bueno y poderoso e inteligente con el que lo fue menos. Entregado a más no poder, en cualquier caso. En Ventura siempre. La faena de clamor fue la que le compuso al segundo de su lote, un buen toro de la ganadería de San Isidro, al que el jinete le multiplicó sus prestaciones gracias a una faena técnicamente perfecta e impresa de un temple mayúsculo, sobre todo, en el tercio de banderillas que firmó con Oro. Fue impoluto e impecable el toreo de costado para recorrer el anillo en varias ocasiones, con el astado cosido al mando del caballo, a su sombra, y eso que su ritmo era cambiante, apretando con fuerza por momentos, fundiéndose casi con la cabalgadura de lo debajo que se lo metió el torero sin que una sola vez siquiera le tocara. Pulso mayúsculo para torear y para mandar. Se lo dejó venir de frente luego para clavar en embroques emocionantes y de mucha transmisión con el tendido, que disparó su entrega a la obra de Diego cuando éste puso en liza a Gitano para firmar dos palos soberbios al violín abrochados con ajustadas piruetas. El broche corrió a cargo de Prestigio con las cortas antes de que sobrevinieran los tres pinchazos que frustraron que el rejoneador desorejara a su oponente, lo justo tras su exhibición. Se midió Diego en primer lugar a un toro al que le costó demasiado moverse y que aguardó siempre la batalla en su territorio, donde el jinete no dudó en presentársela, por ejemplo, con Bronce, que otra vez se lució ante un oponente de raza justa. Pero la capacidad de este caballo y la sincronización que alcanza con el torero –y la confianza y seguridad que le aporta- se impusieron una vez más a la dificultades encontradas para desplegar una exhibición de temple y valor. Lo segundo, para adentrarse sin duda alguna en los terrenos de las mayores reservas del toro y, desde ahí y con lo primero, provocar e inventar embestidas, conducirlas con un pulso de cristal y prolongarlas a base de jugar la suerte en el espacio leve de un puñado de milímetros. Con la cara de Bronce metida desafiante entre los pitones y, a partir de ahí, construir su embestida cosida al estribo. Pinchó con el acero y hubo de descabellar Ventura, lo que redujo su premio a una ovación.