2015, el año de Diego Ventura

#elañodeVentura acuñaba el hastag elegido cuando todo empezaba y a fe que lo ha sido. 2015 es en lo taurino el año de Diego Ventura. Nadie lo niega ni lo duda. Es incontestable. Lo afirman los números, pero, sobre todo, lo sentencian los hechos: la décima Puerta del Príncipe de Sevilla, la duodécima Puerta Grande de Madrid, el rabo de Nimes y de Albacete, cónsul por dos veces en la misma ciudad francesa, las cinco salidas a hombros de las siete ocasiones en que ha pisado una plaza de primera categoría… Pero también aquello que no se mide: la obra en sí mima. La dimensión. La impresión de haber hecho un acontecimiento de la mayor parte de sus tardes. Los públicos correspondidos en su expectación. Tantas plazas llenas. Los pulsos con las figuras de a pie… Los parámetros, en definitiva, donde se mueve un año para la historia personal del jinete de La Puebla del Río y, por ser quien es y lo que su trayectoria marca, también para la del toreo a caballo de este tiempo. Un tiempo, una época que tiene nombre propio: Diego Ventura. Un primer análisis, el de las cifras, arroja el siguiente balance: Ventura ha sumado esta campaña 37 corridas de rejones, en las que ha obtenido 82 orejas y siete rabos. Ha salido a hombros en 26 de ellas con una media de 2,2 orejas por tarde, lo que le confirma como una garantía total de triunfo y, por consiguiente, de éxito y de diversión para los públicos. Y, como queda anotado, ha hecho el paseíllo en siete ocasiones en plaza de primera categoría, abriendo la puerta grande en cinco de ellas. Plaza de primera, por cierto, donde ha cuajado algunas de las faenas más importantes de su temporada: Sevilla, Madrid, Nimes, Córdoba… Por decisión propia, ha sido éste un año en el que Diego ha toreado menos que en 2014 y que en las temporadas precedentes, espaciando más, también, sus comparecencias. El argumento: estar en aquellos sitios donde se cuece la trama central de cada campaña. Faltaron, como viene siendo habitual, algunas plazas del norte de España (Pamplona, Bilbao, Logroño), pero ésa es otra historia que, visto lo visto, no entiende de méritos en el ruedo… El segundo análisis que cabe hacer tiene que ver con lo inmaterial, con lo que no se cuenta, sólo con aquello que se construye y se queda para el recuerdo de quienes lo vivieron. Las obras en sí mismas. Las faenas que dan dimensión a los toreros y su trayectoria. Repasarlas todas, en un año donde tanto excelente hubo, resultaría difícil y extenso. Pero bien es cierto que hay citas que tienen nombre propio: la tarde de Sevilla, la de Palavás, la de Madrid, la de Córdoba, la de la lluvia de Plasencia, las de Zamora, Burgos, Huelva, Leganés, Antequera, Cuenca, la del rabo de Albacete, sobre todo, la noche de Lisboa en mano a mano con El Juli, las mañanas gloriosas y luminosas de Nimes… Un rosario de páginas del libro de oro de un año excelso. “He disfrutado mucho en 2015. Ya de partida era una temporada especial. Por el cambio de apoderamiento y de estrategia que esto suponía, por mis propias sensaciones personales, por lo que buscaba y necesitaba como artista, por el lugar de figura que más que nunca quería reivindicar desde tantos prismas, por el montón de potros nuevos que han ido debutando y que han ido toreando como si fueran las figuras de mi cuadra… Mirar atrás y ver que todo se ha cumplido es tan placentero como milagroso. Porque uno lo pone todo de su parte, pero ya se sabe que en el toro hay muchos elementos que se te escapan, que no depende de ti… Haber sido capaz de imponerme a todo ello y de construir justo el año que quería es una dicha que me colma como hombre y como torero y, por supuesto, me hace muy feliz”, reconoce Ventura. De ese puñado de acontecimientos grandes de 2015, hay algunos de ellos que, por diversos motivos, reclaman un peso específico aún mayor en el conjunto de la campaña. Cronológicamente, primero Sevilla. Diego Ventura abrió el 19 de abril su décima Puerta del Príncipe de la Real Maestranza. Y eso que no fue una tarde fácil. El juego de la corrida de Bohórquez no fue precisamente el más propicio para el logro, pero éste llegó fruto, sobre todo, de la ambición y actitud ganadora, lidiadora y de poder que mostró Ventura durante toda la tarde. No podía ser de otra manera y Sevilla, su Sevilla, se le rindió una vez más y le abrió los brazos para acogerle en ese seno que es privilegio de los más grandes. Tras la primera exhibición del año en Francia en Palavas, llegó Madrid, la gran tarde de la temporada, la cumbre por la plaza y la feria. El primer lugar del mundo, el que concede el prestigio máximo y eleva a los anales de los elegidos. Diego Ventura cuajó en Las Ventas el 16 de mayo una actuación sencillamente memorable. Puso de acuerdo a todo el mundo y a la plaza, boca abajo. Justo lo que unos días antes había expresado como un anhelo hondo en el acto celebrado en el propio coso venteño conmemorativo del décimo aniversario de su primera puerta grande en Madrid: “Sueño con cuajar aquí la tarde perfecta. Ese día en que ponga de acuerdo a toda la plaza y en que consiga que el público salga de ella toreando a caballo por la calle…” Dicho y hecho. Sólo la fea muerte del primero de sus toros impidió un resultado mayor de las más que rotundas dos orejas que obtuvo en su segundo. Incluso, por un instante, sobre el palco de Las Ventas asomó el tercer pañuelo que otorgaba el rabo. El presidente corrigió su decisión… Daba igual, el sueño se había cumplido y Madrid salió toreando a caballo por las calles al nombre de Diego Ventura. Sólo nueve días después, el jinete cigarrero hizo suya toda la luz de la mañana nimeña por Pentecostés para anotarse otro hito histórico en su trayectoria y en el presente del rejoneo rematando otra actuación única premiada con cuatro orejas y rabo. Aunque otra vez lo más impactante fue la sensación cierta que dejó de ser un artista en estado de gracia, roto, rebosante, desbordante, pletórico. Arrollador. Un gigante para gloria del arte de torear a caballo. Córdoba con Sueño en una de sus grandes faenas del año, la segunda noche de Lisboa –en mano a mano con El Juli- tras una exhibición bajo la lluvia en Plasencia, las ocho puertas grandes consecutivas entre Torrejón de Ardoz, Badajoz, Zamora, Burgos, Arévalo, Manzanares, Santander y Huelva –la tarde en que Milagro se destapó como un milagro que corazón propio- o el fin de semana de plenitud cuajado entre Gijón y Leganés mantuvieron en el tono más alto posible el nivel de un año que, ya a esas alturas y aun con la mitad del camino por recorrer, era histórica por lo plagada que iba de acontecimientos grandes que iban alimentando la expectación de los públicos que le aguardaban en citas que habrían de venir. En Málaga no ayudó la suerte, pero apenas a la siguiente cita en Antequera se volvió a ver a un Ventura en sazón, arrebatador, disfrutando de cada tarde como quien sabe que está marcando una época. Sucedió igual en Cuenca. Y en Utrera. Y así hasta llegar a mediados de septiembre a Albacete –en la segunda comparecencia consecutiva de Diego en Los Llanos-, la tarde del primer rabo de un rejoneador en la capital manchega. Llegó a las primeras de cambio, ante el toro con el que abrió su lote y fue una faena de una torería, una sabiduría y una profundidad indiscutibles. Fue la traslación perfecta a un ruedo por parte del torero de la serena felicidad del hombre. Fue la sima del mes de septiembre, el más prolífico de todo el año, el tiempo en que Diego toreó más seguido. Casi veinte días encadenó sin volver por casa. De plaza en plaza, de ciudad en ciudad, de triunfo en triunfo. Con otro acontecimiento a subrayar: la segunda salida a hombros como un cónsul del toreo en las Arenas de Nimes en otro mano a mano con El Juli. Tres orejas y, de nuevo, la estela imborrable de la plenitud y de la capacidad para imponerse a todas las interrogantes de una terna de toros de Sampedro que no terminó de romper de verdad hacia delante. Se inició en la ciudad gala la última gran racha de la temporada con cinco puertas grandes en las seis corridas que cerraron el año (la propia Nimes, Murcia, Consuegra, Úbeda y Zafra). Sólo se resistió Zaragoza, por El Pilar, el día del último pulso con Julián López. Entre el juego a menos de los toros y el desacierto del rejoneador con los aceros, todo se quedó en una sola oreja. Con todo, el público maño despidió a Ventura con las loas y el reconocimiento propio de quien había terminado de escribir la mejor temporada de su vida. Que ya es decir. Finalizaba 2015, a la espera sólo de la última lección magistral en La Puebla del Río, ante los suyos. Se culminaba, sin duda, #elañodeVentura. El hastag que fue presagio para terminar siendo el título final de un capítulo inolvidable de este tiempo de hoy en la historia del rejoneo. Ése que no se entiende ni se halla ni se siente sin el magisterio total del Genio, de Diego Ventura.