Ventura firma en Gijón una de las cumbres de la temporada

Ya le había cortado las dos orejas a su primero poniendo El Bibio bocabajo, pero Diego quería más. Esa excelencia que tiene como el horizonte de cada día. Y, sin preparar nada, como un chispazo de genialidad que de pronto surge, se fue a los medios a lomos de Añejo, rejón en mano, para esperar al toro de Pallarés a portagayola. Y entonces fue él quien prendió el chispazo en la plaza cuando ésta pensaba que ya antes lo había visto todo. Pero nada es todo cuando se trata de Ventura. Salió el toro como un trueno, Diego le fue al encuentro y ese encuentro fue un destello hermoso de emoción, de ese sentimiento que el rejoneo, que el toreo en general, necesita como el aire para respirar porque son esos destellos que sorprenden y cautivan los que hacen diferente este arte. Tan efímero, pero tan inolvidable. Fue como si Diego hubiera deducido que el toro iba a servir como lo hizo porque el de Pallarés, Granadito-56 de nombre, tuvo clase, celo y ritmo desde ese principio y ya siempre para prestarse como el mejor compañero posible para que el rejoneador de La Puebla del Río coronara una tarde que sólo podía ser suya. Comprobó el sevillano la buena condición del toro con Añejo, doblándose con él y sintiendo cómo el toro se hilaba a la cola y no variaba el ritmo a pesar de lo mucho que duró el envite, en los mismos medios, dejando caso rozar los pitones a la cola del caballo. Compás, se llama eso. Sacó entonces a Sueño para ofrecer un recital de toreo a caballo como hace apenas unos días en Huelva. Al clavar, al batir, al vestir, al citar, al hacer cada suerte una suerte propia y nueva, al conducir, al templar y al disparar la fantasía retando a las leyes mismas de la física recortando con Sueño a palmos de las tablas, metiéndose por ese hueco imposible por donde sólo se entra, se pasa y se sale con el mayor de los atrevimientos. Puso en liza entonces a Chalana y luego a Remate que, tras el carrusel de cortas, dejó un rejonazo soberbio que sólo podía terminar con los máximos trofeos en sus manos coronando así una actuación que, basta con repasar las crónicas, ha puesto de acuerdo a todo el mundo. Y eso que ya lo había hecho en el primero, segundo de la tarde, Adiestrado-20 de nombre, al que paró con Lambrusco para dejar dos rejones de castigo y luego sacar a Roneo, el tapado de la cuadra de Diego Ventura, el que suena menos que los Nazarí, Sueño y compañía, pero que es un aval de seguridad y de capacidad lidiadora ante los toros de menos opciones y una auténtica garantía de calidad y de clase cuando se sabe delante de un toro bueno. Como en Gijón. Imantó la embestida del burel de Pallarés y completó casi una vuelta completa a dos pistas, con el astado recogido a su galope de costado, muy embebido en el viaje, toreando, por tanto. Los recortes después de cada banderilla fueron milagrosos, milimétricos, precisos, exactos, perfectos, en un suspiro. Uno, luego otro, después otro más. Desafiando Ventura con Roneo todas las leyes y toda la lógica. Sorprendiendo, impactando, toreando, emocionando... El tercio de banderillas lo completó el jinete cigarrero con Ritz y su manera eléctrica y proverbial para concentrar en un mismo gesto, en una misma suerte, en un mismo segundo la provocación de la arrancada, la batida al pitón contrario, el quiebro y la salida. Todo ello inventado a centímetros de los pitones, con el toro en los medios, parado y esperando. El carrusel de cortas fue de nuevo luminoso y el rejón final, contundente y definitivo para dejar el primer trazo de la firma a una tarde sin contemplaciones, sin fisuras y sin dudas de ser catalogada como una de las cumbres de la temporada de Diego Ventura, que ya es decir...  
12/08/2016
 Gijón
dos orejas y dos orejas y rabo
Pallarés