Ventura dicta la primera lección de la temporada

  Cuando el toreo lo lleva uno prendido en las yemas de los dedos, cuando el toreo le fluye a uno por los poros de la piel, cuando torear es el estado natural de quien lo hace, sucede que no hay temporadas que terminan y otras que comienzan, sucede que todo es un continuo, una prolongación, un mismo camino, si pausas ni escalas. Es como latir, que se hace siempre. Y hay momentos en los que el corazón y la mente laten tan al mismo compás, que el hombre, el artista en este caso, destila una esencia especial, diferente, que termina convirtiendo en virtuoso lo que es milagroso a los ojos de quienes simplemente observamos. A todo esto -que tiene que ver mucho con eso que llaman magisterio- ha sabido la actuación de Diego Ventura en Albacete, en el festival taurino a beneficio de Cáritas Española y del Sagrado Corazón de Jesús Cotolengo y en el marco del Congreso Internacional La Tauromaquia como Patrimonio Cultural que se celebra estos días en la capital manchega. Porque sólo desde ese estado de dominio tal del oficio y del arte, desde ese punto exacto de cocción de las cosas que van por dentro de uno mismo, se consigue, por ejemplo, confrontar caricia a la fuerza bruta y mentirosa del animal que acude violento para defenderse por más que lo intensa de su acometida parezca embestida. Embestir es otra cosa. Embestir es ir de verdad. Es decir, lo que no ha hecho el novillo de Castillejo de Huebra, que primero, de salida, fue renuente, distraído y huidizo aun con el rejón de castigo y que luego, en banderillas, más orientado ya, se puso tosco y defensivo en acometidas violentas cuando el viaje era hacia los adentros, los terrenos de la mansedumbre. Pues a ambas cosas respondió el jinete sevillano con ese milagro llamado temple y que es la herramienta exacta que mejor sirve a la construcción del toreo. Porque puede que sólo ante la mirada del profesional y del aficionado docto se percibiera que el novillo engañaba. Puede, incluso, que el espectador menos versado creyera en algún momento que aquellos empujes cuando sabía a la cabalgadura cerca nacían de la bravura. Ambas cosas las ha tapado y minimizado Ventura aplicando la medicina infalible del temple. Lo que tiene más mérito aún conociendo que lo ha hecho con dos caballos nuevos en la tarde de su debut. Ninguno tiene nombre aún -se lo pondrán los propios venturistas en breve-, pero sí personalidad y aires de caballos a tener en cuenta. El primero, un albino con el hierro de Braga, de salida. El segundo, en un momento clave de la faena, cuando Nazarí la había dejado en el punto preciso para que explotara al inicio del segundo tercio. Era el momento de decantar la balanza y Ventura lo hizo con este potro nuevo de pelo bayo con el que llegó mucho a la cara del utrero para clavar dos banderillas asumiendo el peaje del arreón del manso que se terminaba perdiendo en el aire de la nada por el pulso del torero que lo esquivaba. Llegar, clavar y salir airoso poniendo uno todo -el torero- y otro nada -el novillo-. La pelea estaba ganada, pero quedaba sentenciarla, de lo que se encargó Remate, que para eso se llama como se llama. Dos cortas al violín. La primera, teniendo Diego que echarse literalmente encima de su oponente para clavar. La segunda, sin solución de continuidad, pura exposición también, aprovechando la huida a tablas del burel, al relance de la banderilla anterior, y teniendo el animal todas las ventajas porque Ventura clavó entrando por los adentros. La plaza, llena por completo, estaba ya rendida a la lección del maestro de La Puebla, que abrochó la faena con un rejonazo entero de los que no da tiempo ni a respirar. Cayeron los dos pañuelos porque no podía ser de otra manera. Se abrió la primera puerta grande porque no podía ser de otra manera. Y demostró Ventura que lo suyo es estado de gracia porque no puede ser de otra manera...  
28/02/2015
 Albacete
 dos orejas
Castillejo de Huebra