Para el pequeño Diego de parte de Diego el Grande

No puede ser nunca uno más el brindis que un torero le hace a su hijo que cumple años. Por tanto, no puede ser tampoco una más la faena que se vincula a ese brindis. Tiene que ser distinta, especial, incluso, íntima. Tanto como ese breve parlamento del hombre al motor de su vida. Por todo ello, tuvo un poso diferente la obra que Diego Ventura compuso ante el quinto toro de la tarde que cerró el Corpus granadino. Con el enemigo justo para hacer lo que quería: no defraudar por nada del mundo a los ojos iluminados del pequeño Diego contemplando con pasión a Diego el Grande. Demostró pronto Junitero-19, de Castillejo de Huebra, que la suya no iba a ser mucha pelea. La rehuía. Sin escándalos, pero se iba, quería irse. Lo paró Ventura con Añejo y clavó dos rejones. Lo que sí tenía el toro era nobleza, soso, pero noble. Así que puso en escena a Fino y éste derrochó su natural sentido del concepto lentitud. Lentitud para citar muy de lejos y desde muy de lejos dejarse ver, mostrándose, recreándose, gustándose. Lentitud hasta detenerse llegado a ese terreno donde ya sólo queda esperar la acometida del toro. Lentitud para provocar el encuentro, quebrar en la cara con clase excelsa y salir con elegancia líquida, de ésa que se derrama sola… Fue el primer tiempo de un tercio de banderillas que atesoró a los ojos del aficionado la capacidad de Diego para leer la faena e interpretarla tal cual. Porque el segundo tuvo necesariamente una marcha más en su intensidad. Tenía que ser así para darle sabor a la sosería del de Castillejo. Y lo hizo Ventura con Roneo, ese portento que lleva en su sangre mil y una lidias, una para cada momento, justo la que en cada momento sea necesaria. Por eso se llama Roneo: porque se gusta y puede con la solidez de quien sabe que puede y que gusta. Se mete entre los pitones, se para, se queda, se muestra, torea enganchando con la grupa, se mete por dentro, se sale, se mete otra vez, cambia de costado como quien bambolea los vuelos de una muleta... Y luego, a la hora de la verdad, cuando llega el momento de hacer la suerte, viste y luce los cites con un tierra a tierra sencillamente espectacular que sorprende y engancha para después clavar. Granada, metida de lleno en la faena, lo que remató Duelo con sus levadas antes de hacer el carrusel de cortas. Con Duelo tomó Diego el rejón de muerte, se situó muy de frente y muy en corto del toro y clavó un rejón entero que precisó después de un golpe de descabello. Prolongó el palco su resistencia al dar la segunda oreja, pero no hubiera tenido sentido no hacerlo mientras Granada la pedía con tal fuerza. Se escapó el premio en el primero por culpa del rejón de muerte. Hasta ese instante, Diego Ventura había prendido la llama de la emoción que debe ser consustancial al toreo con ese otro matiz fundamental que hace diferente a este arte como es la verdad. Y la verdad es asumir riesgos aun sabiendo de cuánto peligro va implícito en él. Por ejemplo, al coserse al estribo la embestida encendida y exigente del toro a milímetros de Nazarí y combatirla con tacto de seda. O al clavar batiendo todo lo al pitón contrario que permite la lógica y hasta la física. O en las dos banderillas al quiebro con Maño en los medios -la segunda, a toro y caballo parado y citando apenas a tres metros el uno del otro-, cuando Ventura inundó terrenos donde no cabe vuelta atrás y todo es un cara o cruz a la suerte o al precipicio del riesgo que ya no depende del hombre. Había parado el toro Diego doblándose en los medios con Lambrusco y comprobando ya ahí que éste tenía pies, nervio y que no iba a regalar nada. El corolario fue con Remate en las cortas asumiendo también el jinete conceder al de Castillejo de Huebra la iniciativa de los terrenos para que surgiera ligado. Otra vez el toreo sin excusas ni condiciones. Por todo eso fue injusto el cierre de la obra, el borrón último, inadecuado después de haber apostado tanto... Pero todo quedó enmendado después, como contado queda. Y Diego Ventura regaló al motor de su vida el triunfo que merecía la tarde de su cumpleaños.  
29/05/2016
 Granada
 aplausos y dos orejas
Castillejo de Huebra